Como en una serie televisiva de los 70s, el gran debate nacional es cómo meternos mejor al túnel del tiempo.
Lamentable, pero en tiempos de enorme desventura —humana, social y política—, la confrontación ideológica se basa en encontrar la mejor ruta para volver al pasado.
Nadie ve el futuro.
Y nadie, al parecer, calibra las terribles consecuencias de este presente sangriento y devastador.
El país parece un museo, cuando debería ser un mirador.
El discurso oficialista se deslumbra recordando no la historia: su historia. Es la historia oficial: con odio hacia los conquistadores españoles, niega la herencia virreinal, y enaltece a sus personajes predilectos.
Peor, su visión del mundo y del desarrollo no responden al orden global, mucho menos al futuro. Responden a un mundo que ya no existe y a un país que fracasó.
El gobierno propone volver a los setentas: a la era del populismo, el estatismo, el desarrollismo. El crecimiento desmedido del Estado que quebró al país. Lo hizo en términos financieros y económicos, pero también políticos y, sobre todo, humanos.
En esa ceguera ignoran a la parte de la población, mayor en términos de voto si tomamos el resultado de junio del año pasado, que rechazó su oferta.
Pero del otro lado no están mejor.
Las oposiciones no ofrecen una alternativa de futuro, sino una férrea defensa del pasado que, también, una mayoría repudió en 2018.
La propuesta de regresar a, diría Spota, lo de antes, es inadmisible para la población. La corrupción, la pobreza, la violencia, estaban ahí e hicieron mucho daño. Hubo avances, pero insuficientes para remediar una realidad lastimosa e inaceptable.
Ofrecer a la gente volver a la incultura de Fox, a la guerra de Calderón o a la frivolidad corrupta de Peña no conduce a ninguna parte, más que al fracaso.
Las oposiciones deberán ofrecer a la gente un modelo equilibrado de futuro, en donde se parta de la reconciliación nacional para unir los esfuerzos nacionales en pos de dar trabajo formal, con salud y seguridad social a toda la población. México demanda dejar de ser un país informal, en el más amplio de los términos.
Debemos apostar a la infraestructura intelectual que tenemos: en las empresas, en la academia, en el talento innato del mexicano. Si generamos conocimiento de calidad en una escuela mexicana refundada y damos salud a la gente, el país podrá emprender una gran cruzada en favor del bienestar.
Y el bienestar no es otro que el que se basa en dos pilares: empleo formal y educación vitalicia.
Tenemos todos los recursos naturales para convertirnos en un gran clúster generador de energía limpia. Tenemos costas para ser un centro logístico de clase mundial. Tenemos una sólida conexión por aire, tierra y mar con la potencia económica más poderosa del planeta.
Se puede.
Hay futuro.
Urge dejar de manejar al país a través del retrovisor y escapar del túnel del tiempo.
@fvazquezrig
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