La pandemia de Covid-19 ha trastornado el sueño a millones de mexicanos. Éstos padecen insomnio y pesadillas atemorizantes. Noches que parecen días. Los tiene confundidos. Estresados. Confinados.
Auténticos especialistas sostienen que la enfermedad (que estremeció la economía mundial) prevalecerá por algún tiempo; no tiene para cuándo, no tiene una fecha específica.
El virus “vuela” por todo el globo terráqueo y aún no se ha desarrollado la vacuna que lo cure. Y va para largo.
Las estadísticas de contagios y defunciones van y vienen. Son inciertas. Confusas. Manipuladas.
No hay transparencia ni veracidad. Pero sí incertidumbre por la gravedad y dimensión de la pandemia.
El propio López- Gatell admite que existe una mortalidad oculta atribuible al virus, y que los datos que difunde son solo proyecciones, no cifras reales.
En México, el gobierno de la 4T, abollado por la pandemia, levantó, por sus “pistolas”, el telón para dar paso al restablecimiento precipitado de actividades sociales, educativas y económicas (la discutible y azarosa “nueva normalidad”), con el riesgo inexorable de un alto impacto a la salud.
“En el momento en que empieza la reapertura vamos a tener experiencias de rebrote, pero es muy dañino pretender que se puede mantener el estado de inmovilidad por tiempos demasiado largos”, suelta el vocero que “manipula las estadísticas”.
El pueblo bueno y sabio está temeroso.
Las atracciones mundiales predilectas de los turistas están suspendidas. Las escenas son patéticas. En Nueva York, las autoridades se esmeran por devolver a los ciudadanos cierta sensación de un verano común y corriente.
Ni futbol americano ni basquetbol ni restaurantes; ni parques recreativos ni mercados ni tiendas departamentales ni visita a museos.
Sin embargo, el presidente Trump dio luz verde a contados gobernadores para reanudar la productividad; los norteamericanos salieron a las calles, a dar rienda suelta a sus días de encierro.
Muchos pueblos simulan retratos hablados de Comala, aquella aldea plasmada en la espléndida novela “Pedro Páramo” del incomparable Juan Rulfo, escrita en 1955 y de gran trascendencia en la literatura hispanoamericana:
“En lugar de la ciudad verde y fértil de su juventud, se encuentra un pueblo fantasma abandonado y deteriorado, cuyos escasos habitantes se esconden en las sombras y murmuran misterios”.
Comala emerge como un umbral entre la vida y la muerte, una especie de purgatorio, donde la lluvia despierta a los muertos y alborota sus recuerdos. Ellos lamentan sus pecados anteriores, tratan de justificar las vidas que vivieron, y tratan de expiar inútilmente sus pasados. La vida y la muerte, la
cordura y la locura, el bien y el mal, la inocencia y la presión, la realidad y la fantasía se dan en la historia de Rulfo sobre las generaciones de la familia Páramo en la ciudad fantasma.
Por su parte, el genial Gabriel García Márquez, en su novela “Amor en los tiempos del cólera”, escrita en 1985 y dedicada al verdadero amor, narra:
“Hubo una epidemia. Se nos prohibió desembarcar. Los primeros días fueron duros. Pronto comencé a enfrentar esas imposiciones usando la lógica. Sabía que después de 21 días de ese comportamiento se crea un hábito, y en lugar de quejarme y crear hábitos desastrosos, comencé a comportarme de manera diferente a los demás.
Empecé con la comida. Me propuse comer la mitad de lo habitual. Comencé a nutrirme con alimentos que, por tradición histórica, habían mantenido siempre sano.
El siguiente paso fue una purificación de pensamientos para que sean cada vez elevados y nobles.
Me propuse leer al menos una página cada día de una discusión que no conocía y hacer ejercicios en el puente del barco. La tarde fue la hora de la oración, el momento de agradecer a una entidad por no haberme dado, como destino, privaciones graves durante toda mi vida.
Adquirí todos esos nuevos hábitos.
¿Se privó de la primavera, entonces?
-Sí, ese año me privaron de la primavera y muchas otras cosas, pero así florecí, llevé la primavera dentro de mí y nadie me la puede quitar”.
La confusión nos lleva a reflexionar y adaptarnos a una nueva cultura de vida. Lo ideal es que la gente socialice solo con las personas que viven en el mismo hogar.
De lo contrario, el riesgo es mayor.
El Covid-19 lleva ventaja sobre los científicos más poderosos del universo; los ha vapuleado.
Esperar, sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso, pero siempre con su sana distancia.
La pandemia no ha sido “domada”.
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