A mí, que me cuenten de modernidad, pero antes era diferente. La muerte en estos tiempos debe ser algo más que un trámite legal con cafetería de lujo, luces eléctricas y viudas con vestidos Versace. Cuando uno entra a la agencia, se encuentra con una maqueta que describe una especie de multifamiliar funerario. Una señorita vendedora, muy de mire usted, con traje negro y maquillada por los del sótano, le recibe con una siniestra sonrisa y le propone que, aprovechando el trance, dedique cinco minutos a conocer una gran inversión. Que se anime, vaya, a convertirse en su cliente.
Ofrece paquetes que puede pagar en cómodas mensualidades antes de que usted sea el protagonista. Los hay desde los modestos, con féretro alquilado, mortaja de terciopelo, cuatro velas ficticias, una viejita que nos asegura rezará un rosario, un velatorio en el que caben cómodamente 7.3 personas, y un sacerdote light que entra y sale despachando misas de cuerpo presente, por la misma cuota, más IVA, si pide factura.
También los hay de lujo, con cajita de caoba, donde imagino que, en éstos, también aparecerá la viejita del rosario, que traerá una prima para que suene a más dolor de despedida, y si el difunto era por ejemplo un macarra, o un agiotista, le alquilarán deudos que en negro absoluto llorarán su desaparición con autenticidad de telenovela.
Hemos cambiado signo por significado pues ya no hay tiempo para nada. Antes morir significaba la última manifestación de genio y figura, con tumultos lacrimógenos y elocuentes elegías.
Con el rictus de la muerte, iniciaba la leyenda, y todos los deudos del difunto (esposas y amantes incluidas) se convertían de alguna forma, en miembros de una cofradía que compartía su ausencia. Antes la gente moría en su casa, con la familia presente escuchando su última voluntad, y el cura listo para los santos óleos de rigor, o en un velatorio que se tornaba en santuario del último adiós. Los hijos y los nietos del difunto se despedían de él, pues no existía esa absurda parafernalia pedagógica que ahora prohíbe a los niños acercarse y enterarse a cabalidad, pues les crea no sé cuántos traumas.
Con la modernidad, se destiñe la dignidad de la muerte como última representación de lo que fuimos; sin embargo, ¡complete su paquete ahora! Pues tarde o temprano, caeremos como clientes de la señorita gracias a un infarto, al maldito cáncer, o a un desgastado operador de microbús que se pase un alto a toda velocidad.
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