Al amanecer de aquel día, el Ángel negro deambulaba por la carretera acompañado de la Loba, su perra Pastor Alemán, cuando una mujer de la vida galante le salió al encuentro.
–Ayúdame, buen hombre… ¡Ayúdame! –Le dijo. Sin embargo, él la ignoró y continuó su paso.
–Yo sé quién eres… ¡Tú eres un Ángel negro!
Emiliano se detuvo intempestivamente y la enfrentó: –¿Qué has dicho, mujer? ¡Explícate!
–Tú eres un Ángel negro. Lo veo en tus ojos. Eres un elegido del Señor para hacer justicia y… ¡debes apiadarte de mí!
Emiliano intentó continuar su andar, pero la mujer se arrojó a sus pies... la Loba aulló mientras las visiones que se presentaban en su mente cada que tocaba a alguien, hacían su aparición. Emiliano, con los ojos vidriosos, suplicantes, no pudo más que voltear al cielo en la eterna búsqueda de la respuesta que nunca llegaba y desesperado gritó: “¡Maldito poder!” Enseguida, cayó agotado.
La mujer con mucha dificultad lo arrastró hasta el pequeño cuarto que era su refugio. Con cuidado lo recostó en su cama y le quitó las botas para lavarle los pies y darle un masaje que lo dejó profundamente dormido.
Al despertar, Emiliano se sentó en la cama y observó que la mujer se había quedado dormida en el piso, cobijada únicamente con un cobertor. Se acercó para taparla, pero se detuvo al notar una extraña cicatriz en la espalda así es que la descubrió con mucho cuidado de no despertarla y se encontró con grandes yagas que corrían hasta su cintura. La mujer había sido atrozmente lacerada con un puñal, una y otra vez. Era notorio que el suplicio fue lento y con saña. La última puñalada la marcaría para siempre ya que le atravesaba desde el pómulo hasta la boca.
A pesar de ello, Emiliano no pudo dejar de ver el resto de su cuerpo. Tenía una piel tersa y muy blanca en la que apreció incontables lunares que se paseaban por curvas abismales. Intentó dejar de verla, pero no lo consiguió. Tenía mucho tiempo de no estar con una mujer y las ganas de tocarla eran insoportables.
De pronto, ella giró su cuerpo y abrió los ojos.
–Has despertado, –le dijo al verlo, ahí sentado, contemplándola.
Emiliano no supo que decir porque se sintió sorprendido por ella en el momento en que se deleitaba observando como la rubia cabellera caía sobre su mejilla. Era una mujer muy atractiva y el olor de su cuerpo era demasiado para él.
–¿Que te pasó en la espalda?
–Tú eres un Ángel negro, entérate por ti mismo, le respondió mientras colocaba su mano sobre las viejas heridas.
Las escenas no se hicieron esperar en la mente de Emiliano: un hombre obeso, de rostro repugnante la tenía recostada boca abajo y sentado sobre ella tasajeaba su cuerpo una y otra vez. La sangre fluía en grandes cantidades y el tipo no paraba de maldecirla culpándola de haberse descuidado y quedar embarazada.
–¡Ahora ya no podremos venderte más y lo vas a pagar muy caro! ¡Te marcaré para toda tu asquerosa vida y así aprenderás a no desobedecerme! ¡Zorra!
Finalmente, Emiliano vio como el hombre, ignorando sus suplicas, le abría el rostro. “Jamás te olvidarás de mí”, le advirtió antes de marcharse.
–Eso no es todo, Ángel negro, de hecho, ya ni importancia tiene. He aprendido a vivir así, marcada; y después de mucho tiempo intentando ganarme la vida decentemente, comprendí que mi única salida era vender mi cuerpo a pesar de lo horrendo que es.
Emiliano estuvo a punto de decirle que él no lo creía así, que su cuerpo era muy bello, pero las palabras jamás salían de su boca.
–¿Quieres saber cual es el único motivo que me mantiene con vida?
-Emiliano asintió con la cabeza. La mujer volvió a tomar su mano y ahora la colocó en su vientre.
Emiliano no era un hombre que dejara ver sus sentimientos, pero esta vez, lo que vio, lo conmovió sobre manera: al dar a luz, el tipo le arrebató a su bebé y nunca más volvió a saber de él.
–Era una hermosa niña, ¿sabes? Ahorita estaría cumpliendo diez y siete años.
Prométeme Ángel, que me ayudarás a encontrarla, ¡te lo suplico!
–Haré lo que pueda, Julieta. –Dijo Emiliano pronunciando su nombre por primera vez.
Encontrar al hombre, en el bajo mundo de la prostitución, no fue difícil. “Tenías mucha razón, amigo. Julieta no se ha olvidado de ti”, le dijo Emiliano arrastrando al fétido gordo a la parte trasera de la taberna.
–¡Quién eres tú? ¿Por qué mencionas a Julieta? ¡Suéltame! ¿Qué quieres?
Como respuesta, Emiliano le enterró su puñal en el muslo.
–Quiero saber qué hiciste con la hija de Julieta… ¡ahora! –Amenazó clavando su puñal esta vez en el otro muslo.
–¡Espera! ¡Espera! –Rogó el malviviente; vive en el pueblo de “Carrington”, es lo único que sé… ¡lo juro!
El Ángel negro, retiró el cuchillo del muslo, se lo metió en la boca y le cuestionó, -¿por qué cortaste el rostro de Julieta? Lo pagarás…
Los ojos llorosos del tipo parpadearon al sentir la brotante sangre que emanó de todo su rostro al ser cercenado.
Después, con las pistas obtenidas, se dirigió a una ciudad vecina.
La guapa adolescente no pudo contenerse al ver pasar fuera de su enorme jardín al perro Pastor Alemán así que salió a acariciarlo.
Emiliano se aproximó en silencio y rozándola brevemente en el hombro, la saludo al tiempo que las imágenes en su cabeza le decían que a pesar de que el hombre obeso había vendido a la bebé, ésta, afortunadamente cayó en buenas manos y vivía una vida feliz al lado de sus padres adoptivos.
–¿Quién es usted? –Preguntó ella confundida.
–No soy nadie. Lo siento si la incomodamos. Sólo pasamos por aquí. –Contestó tomando a la Loba para continuar su marcha.
La chica, intrigada, vio como volaba la capa del extraño hombre mientras se alejaba.
–¿La encontraste? –Preguntó Julieta en cuando vio a Emiliano cruzar el umbral de su puerta. –Dime que sí, por amor de Dios.
Sí, la he visto. –Respondió clavándole sus doloridos ojos negros.
–Conozco esa mirada, Ángel. Pero antes de contestarme, pasa, pasa, te serviré agua, luces agotado.
–Y bien, ¿cómo está mi niña? ¡Dímelo ya!
–Es una chica divina, se parece tanto a ti.
–¿Por qué no la has traído contigo?
–Esa es una decisión que sólo tú debes tomar, mujer.
Emiliano le contó lo que vio a través de ella y Julieta no paraba de llorar de la felicidad de saber a su hija en un hogar y rodeada del cariño de quien creía sus padres hasta que cayó en la cuenta de que quizá lo mejor para su hija es que no supiera la verdad y eso incluía no conocer a su propia madre.
–Tal parece que nuestros destinos nos condenan a la soledad, ¿no es así?
–No hay verdad más grande en el mundo. –Contestó Emiliano con la parquedad acostumbrada.
–¿Por qué no te quedas unos días? –Le dijo acariciando su espalda.
Emiliano, una vez más apenas pudo contenerse y con tristeza le respondió: no lo creo. Tú sabes, tengo un deber que cumplir, una encomienda del más allá.
Julieta se acercó a Emiliano y poniendo suavemente su mano en el rostro de él, le beso la boca y luego le susurró al oído: “cuando estés en busca de paz, vuelve a mi, Ángel negro, que si tú eres un enviado del Señor quizá yo estoy aquí para sofocar tus penas”.
La Loba aulló, indicándole a Emiliano que era tiempo de partir.
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