Los principales clientes del señor Fernando Robledo se encontraban en Morelia por lo que continuamente visitaban la ciudad y, como en esta ocasión, la familia aprovechaba para quedarse de fin de semana y el domingo, volver a Querétaro.
Sólo que ahora, todo sería diferente y no existía poder humano de que alguno de los Robledo lo sospechara.
Esa tarde, Fernando había sido particularmente cariñoso con su familia. Vaya que los amaba y no perdía oportunidad para hacerlos felices.
-Mamá, -preguntó Perla, -¿puedes poner este disco?
-Sí hija, pero trata de dormir un rato, ya son 9:30, mañana tienes examen final y quiero que saques diez para que pases muy bien a tercer año.
-Bueno, mami, -respondió Perla. Le dio un beso y como siempre lo hacía, recargó su manita en el hombro de papá.
-Oye hija, ¿cómo viene tu hermanito?
El pequeño Carlitos estaba a punto de cumplir un año y dormía serenamente en su bambineto.
Perla se asomó a la última fila de asientos de la camioneta y después de observarlo contestó:
-Muy bien, papi.
En ese instante, al salir de una curva, algo muy extraño sucedió. Primero, todo se hizo silencio incluyendo la radio del auto; después, la misma familia se quedó como muda y sin ningún motivo, Carlitos comenzó a llorar. Finalmente, frente a la camioneta aparecieron un sinfín de luces multicolores que los cegaron por completo. De la impresión, Fernando soltó el volante y al perder el control la camioneta dio de marometas hasta precipitarse fuera de la autopista.
Segundos después, Fernando, su esposa y Perla se miraron atónitos. Estaban entre el auto y las luces. La camioneta se encontraba totalmente destrozada y ellos no tenían el menor rasguño, incluso no sentían ni siquiera miedo.
Un ser delgado, de mediana estatura apareció entre las luces y les hizo una señal para que se aproximaran. Los Robledo obedecieron. No tenían fuerza de voluntad propia.
El ser se encaminó al auto. Miró tras la ventana al bebé que lloraba en el bambineto e introdujo su cara a través del vidrio sin que éste se rompiera. Carlitos observó la luz violeta de los ojos del alienígena y el llanto se detuvo. El ser estiró los dos únicos dedos de la mano y con ellos frotó la frente del bebé. Ahora, Carlitos ya no recordaría nada de lo sucedido.
A escasos metros, sus padres y su querida hermana despegaban en una nave espacial.
Los años pasaron y aunque Carlos llevó una vida normal bajo la tutela de sus tíos, constantemente soñaba con seres de otras galaxias, naves espaciales multicolores y demás cosas extrañas.
-Despierta, hijo, estas teniendo otra pesadilla -le dijo la tía Mary.
Carlos la miró sobresaltado. Estaba completamente empapado y el cuerpo le temblaba.
-Tía, ¡esta vez los vi!
-¿A quién, hijo?
-A mis padres y a Perla.
-Eso es imposible. Ya todos los especialistas que has visto te han repetido que un bebé de meses no tiene la capacidad de conservar esos recuerdos.
-Tía, Perla tiene un lunar como el mío en la cintura, arriba de la cadera, ¿verdad?
-Sí, Carlos. Lo tenía tu madre, Perla y tú.
-¡No hables como si estuvieran muertas! ¡Te lo suplico!
-Pero hijo, ¡tienes que aceptarlo! Fue hace 20 años y desafortunadamente nadie podrá remediarlo.
-Abducción, tía; es un claro caso de abducción.
-Tú bien sabes que jamás se ha comprobado ningún secuestro de humanos por parte de seres extraterrestres.
-Entonces, explícame ¿por qué nunca encontraron los cuerpos? ¿Y por qué tanta gente reportó haber visto luces extrañas esa misma noche? ¿Sabes tía? En mi sueño, los tres caminaban en una verde pradera en la que a lo lejos se ven unas enormes rocas formando una figura circular, ¿te suena? Claro, se trata de Stonehedge, el místico pueblo que está a las afueras de Londres, en Inglaterra y cuyos vestigios se cree que son obra de una civilización de otro mundo. ¿Y sabes algo más, querida tía Mary? ¡Voy a ir a buscarlos!
La tía Mary escuchó tan convencido al muchacho que con lágrimas en los ojos, sólo acertó a darle la bendición.
Ocho días después, se encontraba sentado en una pradera muy cercana a Stonehedge cuando vio venir a tres campesinos que la gente de la región conocía como la familia Bronson.
Encontrarlos no fue difícil ya que Carlos sólo tuvo que dejarse guiar por las señales y visiones que veía en sus sueños.
Cuando pasaron a su lado, haciendo un esfuerzo supremo para no demostrar lo que en ese momento sentía, los saludó y de inmediato agachó la mirada.
La familia Bronson le devolvió el saludo y siguió su paso. Carlos los vio de espaldas y no hizo falta distinguir el lunar en la cintura de su hermana para saber que eran ellos. A pesar de haber transcurrido dos décadas, sus padres se veían sanos y fuertes; y ni que decir de Perla, ahora a sus 28 era sencillamente divina.
Al día siguiente, Carlos fue a tocar a su cabaña. Fernando abrió la puerta y Carlos le preguntó:
-Disculpe, señor, me dicen que aquí necesitan alguien que le ayude a trabajar la tierra, ¿es cierto?
-Oh, si, ¡claro!
Carlos comenzó a trabajar para la familia y pronto se ganó su confianza. Con tal de estar cerca de ellos no le importaban las actuales circunstancias y estaba seguro que de alguna manera encontraría la forma de hacerles saber la realidad.
Por la noche, mientras los Bronson cenaban, Perla cuestionó a su padre:
-Papá, ¿no te parece que en Carlos hay algo muy extraño? Es decir, es un excelente chico, yo he aprendido a estimarlo como si fuera parte de la familia, pero hay algo muy raro en su forma de mirarnos que no logro comprender.
-Tienes razón, Perla -dijo su madre, -tu padre incluso ha preguntado en el pueblo y nadie jamás lo había visto por estos rumbos. Creemos que…
-¡Díselo, mujer!, es mejor que lo sepa, -interrumpió Fernando, -la única explicación lógica es que él sea uno de “ellos”, ¿me entiendes? -dijo con el dedo apuntando a las estrellas y la voz baja como temiendo que lo escucharan.
La tarde del viernes, Carlos caminaba por la vereda que conducía al poblado cuando se cruzó con esa extraordinaria criatura. Al saludarlo, tuvo la sensación de que el mundo entero se detenía; los pájaros dejaron de escucharse y hasta el viento paró de soplar. Sintió una paz infinita y entonces reconoció en sus ojos violeta, al ser de luz, quien le hizo una amigable reverencia con la cabeza y continuó su paso.
Carlos se detuvo y al voltear para llamarlo, el alienígena se había esfumado. Corrió emocionado a la casa de los Bronson. Ahí estaban los tres. La señora Bronson, al ver que Carlos se aproximaba, dejó caer la maceta que sostenía en sus manos y fue a su encuentro:
-¡Hijo! ¡Hijo! ¡Eres tú!
-Fernando y Perla se unieron al abrazo y en breves minutos recordaron todo lo acontecido.
-¡Miren!, -gritó Perla señalando al cielo. Una bella nave de luces doradas y verdes salía de la Tierra con dirección a las estrellas.
-Ahora lo entiendo, -dijo Fernando. -Después de todo, quizá nosotros no éramos con los que estaban experimentando, sino contigo, Carlos, mi pequeño bebé que se convirtió en todo un hombre y tuvo la osadía de cruzar el continente para encontrar a su familia. Esa, seguramente era la prueba: comprobar ese sexto sentido que tiene el ser humano para la conservación de la especie y el núcleo de la sociedad: la familia.
-Ni hablar, hijo, -dijo sonriendo mientras volvía abrazar a Carlos, -¡la sangre llama!
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