“¡Una limosna para este pobre VIEJO!”
Tradición porteña que, se cuenta, inició en los muelles de Veracruz como un acto de protesta y que hoy se ha extendido a otros municipios y estados del país para despedir el año, quemando un monigote.
Ni bailando en el alambre ni muriéndose de risa; más bien, dando sus últimos estertores el año que ya se va, representado por un monigote hecho de trapo y relleno de materiales diversos, para incinerarlo al dar las 12:00 de la noche del 31 de diciembre, despedir al año viejo y recibir al año nuevo.
Es el ritual veracruzano que al paso de las décadas se ha tergiversado y convertido en un hecho jocoso que inicia desde el mediodía de cada 31 de diciembre, cuando hombres disfrazados de ancianos, con barba blanca y sombrero y otros disfrazados de mujeres recorren las calles en todos los barrios de la ciudad de Veracruz.
La mujer, ficticia o real, se supone embarazada y habrá de parir horas después al año nuevo, y también se zangolotea al igual que otros acompañantes y seguidores.
En la irreverencia del jarocho, el de la ciudad y puerto de Veracruz, la comitiva se anuncia desde varias calles antes, con el escándalo de la música, el batir de latas que hacen las veces de tambores, y el estribillo de “una limosna para este pobre viejo, una limosna para este pobre viejo, que ha dejado hijos, que ha dejado hijos, para el año nuevo”.
De pronto irrumpen con todo estruendo y contagian con su ritmo, bailando y contorsionándose como si fueran a desbaratarse, el supuesto anciano, la disque embarazada y los acompañantes, mientras otro se acerca a los espectadores y con bote en mano recolecta las monedas que deseen aportar, porque al fin y al cabo el objetivo es acopiar dinero para gastarlo en alcohol y despedir al año.
A la medianoche, cada quien en su respectiva calle y con sus vecinos quema al muñeco y así se despide y desecha al año viejo, justo cuando la ciudad entera se llena de truenos y luces, mientras las personas se dan el abrazo y de desean un venturoso año.
La tradición se extiende por varios municipios e incluso ya a otros estados vecinos de Veracruz
El investigador Óscar Hernández Beltrán ha señalado que esa tradición podría haber llegado a Hispanoamérica desde Andalucía, España, entre los siglos 16 y 17, con características distintas de las que se observan hoy en México y particularmente en Veracruz.
En este puerto, por el que entraban no sólo mercancías sino también manifestaciones culturales más allá del idioma castellano y de la religión católica, ingresaron tradiciones, se incorporaron y modificaron al interactuar con la idiosincrasia local y al paso de las décadas y los siglos.
Los habitantes de la ciudad lo habrían adoptado y adaptado a su idiosincrasia y costumbres, y al paso del tiempo le añadieron música y hasta baile, con ritmos caribeños, por la relación con Cuba. Ésa es una teoría.
De China a los muelles
El investigador Ricardo Cañas Montalvo tiene otra versión y afirma que El Viejo sí es una tradición veracruzana, así como la conocemos, pero surgida como consecuencia de un conflicto laboral que afectó a los trabajadores de los muelles en este antiguo puerto.
Estimó que en el último cuarto del siglo 19, allá por 1875 aproximadamente, el 31 de diciembre los trabajadores portuarios se indignaron porque directivos de la Aduana Marítima se repartían mercancía rezagada y no les dieron nada a ellos.
Quien reaccionó fue un trabajador de nombre Manuel Bovril, quien al parecer vivía en el antiguo barrio del Panamericano, a extramuros, cuando Veracruz estaba amurallado, en lo que ahora es la calle Mariano Arista entre Miguel Hidalgo y Nicolás Bravo.
“Él comenzó a hacer un alboroto entre los demás trabajadores del muelle, que eran carretilleros y cargadores, como una exigencia y en protesta porque no les tocaba nada, pero fue capturado porque fue a hacer escándalo en la casa de los directivos de la Aduana y fue encerrado en la cárcel”.
“Sus amigos y compañeros anduvieron en la calle pidiendo dinero y haciendo ruido con charolas, cubiertos, platos, etcétera, y lograron obtener un dinero para sacarlo”, explicó.
Dijo que en esos tiempos llegaban a Veracruz unos almanaques de origen chino, con la imagen de un hombre anciano, con barba blanca muy larga, del tipo de Santa Claus, pero oriental, que simbolizaba al año nuevo.
Los portuarios sacaron a un personaje vestido de anciano, con las características del que vieron en el almanaque, y poco a poco se hizo costumbre repetirlo cada fin de año.
“Ahí comenzó esta tradición que es netamente veracruzana. El ritmo con el cual se cantan los pequeños versos del viejo va a ritmo de conga, es una conga, y denota la influencia afroantillana que tenía la población de Veracruz, sobre todo de ese nivel socioeconómico en aquella época”.
“De ahí nació lo que hoy conocemos como El Viejo, que al paso del tiempo sale por las mañanas, anda por las colonias, por los mercados, por la zona de los Portales”, explicó Cañas Montalvo.
Cada 31 de diciembre por la tarde, después de haber bailado y acopiado dinero en las calles, quienes siguen la tradición hacen un muñeco relleno de aserrín, trapos viejos, periódicos, lo dejan sentado frente a alguna casa, con una botella de aguardiente.
En la noche lo colocan en una silla o sillón y a las 12:00, al expirar el año viejo, toda la gente del barrio sale a quemar el año viejo, entre el tronar de la pólvora y el zumbido de las piezas que salen volando.
“Esto ya de la quema del año viejo no es exclusivo de Veracruz, en muchas partes del mundo también se hace, sobre todo en América Latina, pero el sacar al viejo a bailar a la calle es una tradición que sí es oriunda totalmente de la ciudad de Veracruz”, precisó Cañas.
Ni las cenizas
Horas después de que el Viejo bailó y se zangoloteó por las calles de Veracruz hasta casi desarmarse mientras pedían limosna los hijos que dejó, se sienta a esperar su inexorable fin, entre las llamas del fuego purificador.
Sólo que éste no es aquel anciano jacarandoso de carne y hueso que casi se desbarataba en las banquetas de los mercados al ritmo de la chunchaca. El viejo que dentro de unas horas arderá entre el fuego y los estallidos de pólvora no es producto de la naturaleza, sino de manos jarochas.
Una vez que lo han terminado, lo dejan sentado en la banqueta, hasta que den las 12:00 de la noche del 31 de diciembre, que termine el año viejo e inicie el año nuevo. Mientras unas personas se dan el abrazo, otras le prenden fuego al viejo. El ambiente se repleta de humo y emoción.
Conforme las llamas devoran al año viejo, reinicia la explosión que puede ser peligrosa porque vuelan partículas que podrían quemar a algún curioso e incluso caer sobre un tanque de gas. De hecho, no son raros los accidentes cada 31 de diciembre, que involucran la presencia de bomberos y de la Cruz Roja.
Y finalmente, al viejo lo vuelven ceniza.
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