Comer es uno de los grandes placeres de la vida y es necesario para nuestra supervivencia. Pero si te devoras 5 pastelitos en una sentada porque alguien te hizo enojar, estás actuando por hambre emocional, una vía de escape para acallar temporalmente las emociones incómodas como el miedo, o el resentimiento.
Según estudios sobre la conducta humana, muchas personas con un alto grado de estrés se alimentan para “tranquilizarse”.
“Inconscientemente, se recurre a un refrigerio que destense, para no sentirse tristes, solos o aburridos… Y aquí está la trampa de la mente, el círculo vicioso, repetir escenarios ante ciertas situaciones pues ingiero para sentirme mejor, pero no es así: al desconsuelo que teníamos le sumamos el sentimiento de culpa por tragarnos todo eso. Lo peor ¡es que lo volvemos a hacer! Ese subconsciente tiende a duplicar lo conocido, lo que nos brinda confort, a reiterar malos hábitos”, explica Humberto Khalil, psicólogo y Coaching nutricional del Centro de Nutrición & Obesidad del Centro Médico ABC.
¡Estoy cansado, me comeré algo!
El hambre emocional, no la física o la real, “controla” nuestras necesidades emocionales. La mayoría lo hemos hecho, ¿recuerdas cuando fuiste por ese helado solo porque te plantaron? “Pasa de vez en cuando, por supuesto. El problema sucede en el momento que hacemos del refrigerador un antidepresivo, nuestro principal mecanismo de contención para resguardar nuestras emociones, cuando es el primer impulso enseguida que nos hicieron pasar un coraje…
Para muchos comedores compulsivos, los chocolates, las grasas, les brindan energía, confianza, seguridad, tranquilidad, autoestima, increíble, ¿no?, son engaños perceptivos”, apunta el especialista Khalil.
Alimentación consciente
Primero habría que determinar que la comida no es el foco del problema, luego habría que reconocer el problema; que el apetito emocional jamás será satisfecho con alimentos como si fueran parches, sino con terapia que incluya ir a la raíz de estos detonantes, “quizás hasta la infancia: el premio o el castigo de la comida que muchos padres hicieron con sus hijos (lo siguen haciendo), es la fuente del vínculo que hoy muchos adultos desarrollan con la comida y ciertas emociones.
El siguiente paso es que la persona distinga entre hambre real y emocional, enseguida aprender a manejar y confrontar las emociones, lo que incluye reflexionar, ver qué está sucediendo con esa emoción, cómo resarcirla o lidiar con ella, tal vez con ejercicio, con lecturas, con un paseo por el parque, escribiendo un diario, alguna disciplina como el Yoga, la meditación.
¿Pensar qué es lo que hace sentirte bien, que no tenga que ver con comida? Quizás la plática con un amigo, la cercanía de tu mascota. Hacer arte, caminar y apreciar la naturaleza.
Una alimentación consciente también comprende hacerlo sin distractores, que también generan ansiedad patológica y estrés, por ejemplo, picar enfrente de la televisión, de la computadora, leyendo o el celular.
¨Es importante comer de manera consciente, enfocarnos únicamente en saborear, degustar y masticar. Cuando sientas hambre, toma agua para hidratarte, ya que a veces la deshidratación se interpreta como hambre. Luego analiza el nivel de hambre que sientes y pregúntate si lo estás haciendo para compensar la tristeza o porque realmente necesitas energía”, aconseja el psicólogo.
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