| 2023-02-13
En el marco del Día del Amor y la Amistad hay un fantasma que casi nadie nota, pero que, para hablar de amor debe incluirse: el apego, pues de acuerdo a diversas definiciones el amor es un sentimiento muy ligado al apego, que genera en las personas una serie de reacciones, conductas y emociones que permiten que se encuentre esa calma y seguridad necesaria en el vínculo con el ser amado, al grado de que el amor no solo da sentido a la vida, sino que la hace posible, sin embargo, hay que saber distinguir y poner límite a este apego, pues existen tipos y grados de apegos que pueden transformar lo bonito del amor en una pesadilla.
De acuerdo al psicólogo y terapeuta Gestalt y especialista en trauma neuroafectivo, Ignacio Parra, el apego ansioso o ambivalente genera un gran sufrimiento en las relaciones, especialmente en el contexto de pareja y tiene su origen en la infancia.
“Las personas con apego ansioso viven relaciones muy intensas, donde hay muchas emociones que se sienten como incontrolables, estas personas pocas veces sienten calma, y la sienten solo cuando entran en contacto con la otra persona amada. No necesariamente tiene que haber conductas de control (aunque pueden darse)”, explicó.
Sin embargo, aclaró que la persona puede necesitar mucho tiempo de compañía y mucho contacto físico para poder encontrarse mejor. Este tipo de personas pueden caer en encadenar una relación detrás de otra, sin darse un espacio para vivir el duelo, ni de disfrutar la soltería porque no toleran estar solos.
De acuerdo a los estudiosos de la materia, el apego ansioso ambivalente es una forma de relacionarse basada en el miedo y la angustia ante la posibilidad de ser abandonado, en este tipo de relaciones de pareja la persona que lo padece tiene una fuerte necesidad de recibir atención, reconocimiento y seguridad.
Aunque no lo parezca, el origen del apego ansioso o ambivalente tiene su origen en la infancia, y es ocasionado por la presencia de una figura cuidadora que estuvo muy ansiosa y preocupada en la educación.
“Son madres o padres que tienden a magnificar cualquier posible situación de riesgo para sus hijos. Estos padres suelen crear escenas dramáticas en torno a cualquier evento. Si el hijo tiene una caída, por ejemplo, el padre o la madre podrían gritar: ¡Podrías haberte matado!”, explicó.
Estas conductas exasperadas de los cuidadores hacia el niño hacen que el menor se vaya formando un concepto equivocado de la forma de amar, en la que se implica la angustia, preocupación y el estar muy pendiente de la otra persona y la idea de que explorar el mundo de una forma independiente es peligroso.
Precisamente porque las personas que tienen apego aprendieron en su infancia que cuidar de uno mismo, o bien era difícil o bien era egoísta, para recuperarse es esencial empezar un camino de autocuidado.
“Este proceso implica atravesar el miedo y el vértigo de sentir el vacío y la soledad al desprenderse de la obsesión con la pareja. Para los dependientes implicaría dejar de buscar una figura protectora que les salve de su sentimiento de pequeñez. Para el perfil cuidador el desafío implica dejar de centrarse en las necesidades de su pareja y empezar a centrarse en primer lugar en las suyas propias”, indicó.
“Como psicólogo y psicoterapeuta mi trabajo consiste en invitar a las personas a que puedan realizar este tránsito de la forma más amable posible. Esto implica apoyarles a tomar conciencia de los beneficios de otra forma de relacionarse: por un lado, que puedan sentir que no dependen del afecto o aprobación exterior en tanto que ya tienen el suyo propio. Por otro lado, que puedan empezar una exploración de la vida hacia pequeños retos personales que puedan reactivar sus capacidades, recursos y motivaciones más allá de la pareja”, agregó.
Aunque reconoció que la intensidad y el dolor de la pérdida de una pareja puede ser totalmente incapacitante y llevar a la desesperación, detrás de este gigantesco malestar se esconden los cimientos de la posibilidad de una nueva vida.