Veracruz | 2022-10-15
Es de los últimos sobrevivientes de los conductores de tranvías en aquel antiguo y añejo Veracruz, si no es que el último, y de los pocos hombres que aún pueden contar las anécdotas vividas a bordo de aquellas pesadas unidades eléctricas.
Aunque no nació en el puerto de Veracruz sino en Teocelo hace 85 años, Félix Martínez González se siente más jarocho que cualquiera porque llegó aquí desde los 5 años de edad y aquí hizo su vida.
A los 16 y con 47 kilos de peso empezó a trabajar como tranviario por gestión y recomendación o ‘palancazo’ de su padre. Y, sobre todo, porque no tenía alternativa: iba o iba.
Pero no le gustaba ser tranviario porque era como una cárcel sobre ruedas. Y sobre vías férreas.
Reconoce que el trabajo y el tratar diariamente con muchas personas le enseñó a ser tolerante, pues era un adolescente explosivo y broncudo.
A diferencia de otras personas, él entró como socio y al renunciar recibió buenos dividendos de los que no gozaban quienes sólo eran empleados. Se fue con poco más de 12 mil pesos por 12 años de trabajo y fue como escapar de las rejas de una cárcel.
“Yo ya tenía que salirme de ahí porque ya no soportaba, era para mí como una esclavitud; ni un día domingo, que había que trabarse, que terminaba el baile de Villa del Mar, daba la 1:00, hijo de la pelona. No, no”.
Le tocó vivir un Veracruz menos violento que el de hoy, o al menos así parecía porque sí había delitos, pero no como ahora. Por eso, aunque los tranviarios terminaban después de la medianoche y se iban caminando hasta su domicilio, no los asaltaban, salvo en casos muy excepcionales.
Las raras ocasiones en que terminaba temprano su turno en el tranvía se ponía de acuerdo con otros y se iban a los bailes.
Acababa a las 10:00. De ahí nos íbamos a Villa del Mar, que acababa a la 1:00, y cuando ya no teníamos dinero, que era lo más seguido, a caminar hasta la casa, desde Villa del Mar hasta Carlos Cruz y Pino Suárez, pero se nos hacía un polvo, estábamos chamacos, 17 años, qué te va a doler”.
“Un montón de muchachos que nos íbamos desperdigando para su rumbo que nos veníamos caminando porque no había mucha ‘lana’ tampoco. Eran tiempos difíciles, el pasaje cuando entré costaba 15 centavos en 1953, y cuando salí costaba la fantástica cantidad de 30 centavos, había subido 100 por ciento”,
Hasta siempre
Félix Martínez recuerda que el 19 de junio de 1981 quitaron el último tranvía que estaba en circulación, pero desde años antes fueron desapareciendo distintas rutas como Villa Bravo, Pino Suárez, Cortés Lerdo, Reforma Zaragoza y Villa del Mar.
Durante años las vías permanecieron en las calles, como vestigios de aquel pasado de Veracruz, y a muchas personas les gustaba verlas y recordar sus recorridos, el silbato que anunciaba su cercanía, el rugir de las ruedas de acero sobre los rieles del mismo metal, una estampa que existió en muy pocas ciudades del país.
Félix admite que en Veracruz el tranvía ya era incosteable porque utilizaba su propia planta de electricidad que tomaba con el trole que llevaba en el techo, por fuera, del cableado aéreo que iba paralelo a las vías.
“En San Francisco y algunos países de Europa aún hay tranvías, pero ni tú ni yo sabemos si están auspiciados por las autoridades para que siga la tradición que es hermosa. Aquí nada más era la cooperativa.
“Aunque tú me digas que en otros lados hay, ya eran obsoletos, no había manera de modernizarlos porque había que comprar otros más nuevos, no era una inversión menor y la cooperativa no estaba como para esas cosas”, opina.
Artes gráficas
Ya lejos de los rieles y las máquinas de acero, Félix Martínez dio rienda suelta a su habilidad para dibujar y para improvisar versos, pero se acercaba a quienes dominaban esas áreas, para aprender de ellos.
“Él me empezó a regalar buenos libros de poesía y de otros, para que yo me ilustrara un poquito, porque se dio cuenta de que yo podía hacer versos. ‘El Cucalambé’, me acuerdo mucho; me prestaba de Díaz Mirón, de Manuel Acuña”.
Tranvía turístico
A sus 85 años de edad Félix Martínez admite que sí le gustaría que alguien con el capital económico suficiente rescatara al menos una ruta de tranvía para devolverlo a Veracruz.
“Me gusta la idea de que hubieran dejado un tranvía, una línea por todo el bulevar Ávila Camacho hasta Boca del Río, ida y vuelta, partiendo de aquí desde el Malecón hasta Boca del Río y vuelta. Sería formidable.
Pero hace falta un mecenas, un Slim, que tiene mucho dinero para hacer una inversión de ese tamaño, han de ser muchos miles de millones, y sí me hubiese gustado, pero para mí, ya eran obsoletos como estaban: mucho ruido, ya eran muy ruidosos. Ésa es mi opinión sincera, no por romanticismo. Todo cambio es una evolución, y ni hablar”, opina Félix mientras sostiene con la mano sus libros y versos que ha escrito gracias a la inspiración que le dieron los tranvías en su juventud.
Villar del Mar, qué chulada,
casi todo de madera,
con su linda danzonera
y aquella orquesta afamada
que don Cansino Riada
enviaba notas suaves
como el trino de las aves
para bailar repegado
algún bolero marcado
con el ritmo de las claves.
Te contaré del tranvía
porque en ellos trabajé.
de cobrador empecé,
bien recuerdo todavía
15 centavos valía
aquel ayer el pasaje,
el tranviario un personaje
que era entonces respetado
siempre limpio, bien aseado,
aunque ya no usaba traje,
5:25 era
la hora en la madrugada
saliendo de la cochera,
un servicio de primera,
como ya es tan poco usual,
partiendo siempre en invierno
con estio, norte, lluvia.