| 2025-01-29
Salvador Klunder Gutiérrez, mejor conocido como "El Cheto", era un hombre que a pesar de sus 49 años, tenía el corazón y la inocencia de un niño. Dibujaba, hacía flores con latas y pasaba el tiempo jugando con los juguetes que encontraba en la calle.
Vivía en la colonia El Coyol con su madrastra, Laura Cervantes Méndez y sus hermanastros José Manuel y Abraham, quienes lo cuidaban desde que su padre falleció hace más de cuatro décadas.
"Cuando mi marido murió ya estaba aquí conmigo, me lo encargó y él se quedó ahora si solitario, solo, solo con nosotros. El no dormía en la calle, él salía a su hora y sabía su hora de regreso", declaró su madrastra Laura Cervantes en entrevista para Imagen de Veracruz.
Su hogar, un humilde domicilio de dos cuartos y un amplio patio, era el refugio donde guardaba sus tesoros: muñecos, dibujos y pequeñas artesanías hechas con materiales reciclados.
"Agarraba las latititas, era curioso y empezaba a recortarlas. Y yo le decía ´pa qué quieres esas flores´, me decía al rato que venga mi novia del carro rojo se las voy a regalar".
En entrevista para Imagen de Veracruz, Laura Cervantes indicó que a pesar de su enfermedad mental, Salvador era independiente. Todos los días salía a recorrer las calles de Veracruz, a veces iba a la zona de mercados del centro, otras a la colonia Médano del Buenavista o a escuchar pláticas en un club de Alcohólicos Anónimos que está a unas cuadras de su domicilio, aunque él nunca bebió.
"Iba todos los días a los alcohólicos, él nunca tomó gracias a dios. Su forma era como un chamaco, nada de peleonero ni nada [...] yo siempre le decía `no vayas lejos porque sabes que es muy peligroso´, se iba como 1:00, 1:30, o antes, no tenía hora
Sus vecinos lo apreciaban y siempre lo apoyaban con comida y ropa. Nunca tuvo problemas con nadie. Era amable, pacífico y juguetón, tanto que disfrutaba jugar a las luchitas con Felipe, su sobrino.
En casa, Salvador solía vestirse con lo que encontraba, incluso con ropa de su madrastra. Y las paredes de su domicilio eran su lienzo para dibujar, pues en casi toda la casa dejó huellas.
"Yo le cambiaba a cada rato ropa, lo vestía, lo bañaba para que él no anduviera tan sucio. Se ponía mi ropa hasta eso le quedaba, se ponía mis blusas lo que él quería se ponía hasta de su hermano".
El sábado 25 de enero, Salvador salió como todos los días. Antes de irse tenía la intención de dejar 20 pesos y le pidió a su madrastra que comprara bistecs para hacerlos entomatados. Además, llevaba días insistiendo en que quería tomar café negro.
"Todavía antes de irse me daba 20 pesos y me dice `vete a traer unos bistecs´ y le dije `dónde crees que con $20 pesos voy a comprar bistecs´, entonces mi hijo me dijo `déjaselos nosotros vamos a comprar con la vecina´ y ya, se fue".
Esa tarde, en calles del centro de Veracruz, fue atropellado por un camión de la ruta Los Robles.
"Nos dijeron que estaba tirado en el suelo, pero cuando él estaba tirado estaba herido, pero no lo podían agarrar porque no estaba la familia. Dicen que se desmayó y fue cuando él murió".
Cuando la noticia de su muerte se esparció en El Coyol, sus vecinos no dudaron en ayudar. Reunieron dinero para evitar que fuera sepultado en una fosa común y lograron darle un último adiós en el Panteón Municipal de Veracruz.
En su casa aún quedan sus juguetes, sus flores de latas y un fiel compañero "Nito", su perro, con quien dormía todas las noches.