Veracruz, plagado de historia

Veracruz | 2019-04-21 | Heladio Castro

Veracruz, plagado de historia

A 500 años de que Hernán Cortés tocó tierra en parte de lo que hoy es la ciudad de Veracruz, más que una sucesión de fechas y sitios, esta tierra se consolida hoy como el gran asiento de una sociedad que es producto de la amalgama producida por el paso y la interacción de indígenas, españoles, africanos y al cabo de los años, migrantes de todas partes del mundo.

La presencia colonial española quedó impresa en la ciudad de Veracruz, como en otras de México, en su arquitectura, aunque más modesta que en  las del centro del país porque aquí no había piedras y se extrajo coral del mar para construir los edificios que sobreviven en el centro histórico, muchos de ellos ya en grave deterioro.

Ese patrimonio está protegido sólo en el papel por el decreto presidencial de 2004, firmado por el entonces presidente de la re pública, Vicente Fox Quesada. Pero en los hechos no se respeta.

Con todo y el abandono en que las han dejado caer sus propietarios, esas edificaciones tienen un valor histórico más que arquitectónico porque corresponden a un periodo de la historia de México que nadie puede negarle a Veracruz.

Muchas de ellas, como San Juan de Ulúa, el Baluarte de Santiago o los exconventos que hoy albergan al Recinto de la Reforma y al Instituto Veracruzano de la Cultura, por mencionar algunos, fueron escenarios de pasajes importantes no sólo en la historia de Veracruz, sino de México.

En eso radica la importancia de Veracruz en la historia nacional, ya sea que se le reconozca o se le niegue. Pocas ciudades del país tienen tanta historia como Veracruz, puerta de entrada de la cultura occidental y de la esclavitud, puerta de mar y vestigio y centinela de México, sede de los Poderes de la República en un momento del juarismo y del carrancismo.

Las leyendas urbanas dicen que en muchos es esas construcciones ocurrieron sucesos trágicos y que aún hoy en día es posible escuchar rumores por las noches, o dicho en lenguaje común, que “en esos viejos edificios espantan”,


Veracruz es un pueblo mestizo como parte de un proceso doloroso que se dio durante siglos y más que en los rasgos físicos, se aprecia en la vida cotidiana de esta sociedad: el pasado común entre quienes han coexistido en esta zona y sus inmediaciones, la Colonia, los esclavos traídos desde África, los trabajadores empleados en la construcción de la ciudad, el idioma español en convivencia con lenguas autóctonas como el náhuatl procedente de municipios y estados circundantes.

Y en otros rubros, la gastronomía basada en el maíz, elemento fundamental de Mesoamérica; y los productos del mar y la incorporación de elementos de otros continentes, han contribuido a la integración de esta sociedad costeña.

El carácter festivo y extrovertido del jarocho; su tendencia natural al baile, su proclividad a los ritmos de raíz africana, la música vernácula salpicada de percusiones, cuerdas e instrumentos de viento, ponen de manifiesto que el  idioma español y toda la influencia cultural traída desde la Península Ibérica no son los únicos ingredientes en el ser veracruzano.

Ni siquiera el elemento indígena como factor racial, con la fisonomía y los hablantes de lenguas autóctonas, sus aportaciones a la cocina y los nombres castellanizados de productos tan comunes en las mesas de los hogares veracruzanos, forman por sí solos al ser jarocho.

Frases como ‘ya nos cayó el chahuistle’, ‘mala para el metate, buena para el petate’, ‘el ajonjolí de todos los moles’, con palabras del idioma náhuatl o de otras regiones del país, reflejan la idiosincrasia local, que distingue al mexicano de otros pueblos latinoamericanos igualmente conquistados por los españoles.

Un barrio representativo del Veracruz vernáculo es La Huaca, ubicado desde la calle Víctimas del 25 de Junio hacia el sur, habitado desde hace décadas por la familia Peregrino, de la cantante Toña la Negra.

Está conformado por 28 patios de vecindad como el San Salvador, San Nicolás, Tanitos y La Favorita, aunque varios se encuentran en muy mal estado.

En sus calles y callejones sobreviven viviendas de madera, aunque cada vez son menos porque sus dueños las sustituyen por casas de ladrillos y cemento.

Es un barrio muy vivo porque se encuentra en pleno centro de la ciudad y es muy antiguo porque ya existía en la zona extramuros, es decir fuera de la ciudad amurallada, donde se concentraban los que resultaban indeseables para la sociedad.

Ha sido semillero de personajes tradicionales, cantantes y bailadores, comparseros y de todo tipo, que representan al jarocho genuino: bullanguero pero a la vez trabajador.

Hasta hace pocos años en el paisaje urbano de la ciudad de Veracruz ocupaba un lugar preponderante el trabajador de los muelles, el estibador, que por las mañanas y por las tardes abarrotaba la Plaza de la República y sus alrededores, con la mochila al hombro.

Caminaba y en cada pisada que daba parecía ir dando un paso de baile. Y a la salida siempre era posible refrescarse con un par de cervezas en ‘El muelle inglés’, en la esquina de Morelos y Montesinos a un costado del puente vehicular.


Un tercer elemento, el de la negritud o tercera raíz, tiene poderosa presencia no sólo en alrededores de la ciudad de Veracruz, sino de forma especial en la Cuenca del Papaloapan y de manera singular en Coyolillo, municipio de Actopan; en Mataclara, municipio de Cuitláhuac; y en Yanga.

No ha sido una fusión fácil; tampoco una integración como tal. Han pasado muchos filtros a lo largo de los siglos para dar la sociedad mestiza y multicultural en la que se entremezclan mitos, leyendas, historias, tradiciones, creencias y hasta absurdos, como el “santificar” a la muerte y volverla objeto de culto “religioso”, por decir lo menos.

En pleno siglo 21 aún se escucha decir que los descendientes de los pueblos prehispánicos son los verdaderos mexicanos y que quienes no son indios “puros” no son verdaderos mexicanos.

Aún hay quienes presumen descender de españoles, italianos, franceses, libaneses, estadounidenses y de otros orígenes extranjeros.

En cambio pocas personas o ninguna presumen de tener sus orígenes en el Congo, Angola o Benín. Ya suficiente tienen con ser objeto de burlas y apodos.

Pero quiérase o no el idioma castellano que hablamos en América y particularmente en México, evidencia a la perfección ese sincretismo que le da identidad a este país, y a su vez a Veracruz.

Donde haya un mexicano y pronuncie palabras como elote, cacahuate, chipotle, tlacuache, molcajete, metate, petate, achicopalar, epazote, chingada, guacamole y otras, revelará su origen y su cultura.

En Veracruz hay otro fenómeno a nivel más regional. En esta zona son familiares vocablos como Mandinga, Mocambo, Matamba, Yanga, marimba, mondongo, merengue, conga, dengue, malanga y otros que suenan a africanos, de algún punto del lejano continente.

Luz María Martínez Montiel señala en su libro ‘AfroAmérica, la tercera raíz’, que el quilombo era una comunidad de negros cimarrones que además de evadidos de la esclavitud eran rebeldes.

El mocambo (de ‘mu-kambo’ o madriguera) eran comunidades de cimarrones más pequeñas y un conjunto de ellas podía conformar un quilombo. Mandinga era el Diablo en algunos ritos y subculturas, pero también era una etnia africana.

Alguien decía que todos los mexicanos o al menos los de estados como Veracruz, Guerrero y Oaxaca, tienen una abuela negra escondida en el ropero, como para que nadie sepa de su existencia.

Por eso no hay explicación para familias blancas con un hijo moreno, o familias de cabello lacio con un descendiente de cabello rizado o al menos ondulado.

Como si fuera tan difícil entender las consecuencias del mestizaje que tarde o temprano habría de darse en pleno dominio español, y sobre todo a partir de la Independencia de México.

A diferencia del elemento indígena, abordado por la literatura mexicana en obras como las de Rosario Castellanos, Antonio Mediz Bolio y Heriberto Frías; y por la cinematografía en el siglo 20, aunque fuera de manera superficial, la negritud apenas fue tocada en escasas películas.

Los estudios sobre los afromexicanos se deben al tlacotalpeño Gonzalo Aguirre Beltrán, quien con ‘La población negra de México, 1519-1810: Estudio etnohistórico’, publicada en 1946, llamó la atención poderosamente sobre ese segmento que era casi invisible para la mayoría de los mexicanos pese a llevar siglos viviendo en el país y aportando parte de su cultura exótica.

Más mestiza no puede ser la nación mexicana. Y en Veracruz, como puerta de entrada de todas esas migraciones ya fueran voluntarias o forzadas, se ha vivido intensamente el mestizaje que no se queda sólo en la mezcla de razas, sino en la génesis de sociedades y culturas híbridas.

Si alguien duda de ese pasado convertido en presente con expectativa de persistir en el futuro, basta con recorrer la Sierra de Zongolica o el Totonacapan, por citar sólo 2 casos, para enfrentarse a un pasado más vivo que nunca, donde las etnias nahua y totonaca, respectivamente, viven orgullosas de su herencia cultural, aunque en espera de mejores condiciones de vida.

El choque puede ser más contrastante y sorprendente en Coyolillo. Es como hacer un viaje relámpago a África, con población afrodescendiente pero hablando en español, con expresiones culturales de sus remotos orígenes. La comunidad de Mata Clara en el municipio de Cuitláhuac, así como el municipio de Yanga, también demuestran reminiscencias de su pasado africano.

De hecho, el nombre de Yanga alude a un supuesto príncipe africano, quien fue tomado como esclavo en los años de la Colonia española. Se dice que en América nunca se resignó a vivir como esclavo y en cuanto pudo organizó un movimiento, se convirtió en un cimarrón o rebelde y logró liberarse de la esclavitud, hasta conseguir su libertad.

 

Primera parte