Estados Unidos | 2023-03-04
Era casi medianoche en Grand Rapids, Míchigan, pero dentro de la fábrica todo estaba lleno de luz. En una cinta transportadora, las bolsas del cereal Cheerios pasaban ante un grupo de jóvenes trabajadores. Una era Carolina Yoc, de 15 años, que el año pasado llegó sola a Estados Unidos para vivir con una pariente a la que no conocía.
A menudo le dolía el estómago, y no estaba segura de si era por la falta de sueño, el estrés que genera el ruido incesante de las máquinas o por sus propias preocupaciones y las de su familia en Guatemala. “Pero me estoy acostumbrando”.
Cada 10 segundos, aproximadamente, metía una bolsa sellada de plástico —llena de cereal— en una caja amarilla de cartón que pasaba ante ella. Puede ser un trabajo peligroso porque tiene contacto con poleas y engranajes que han llegado a arrancar dedos, incluso en una ocasión le desgarraron el cuero cabelludo a una mujer.
La fábrica estaba llena de trabajadores menores de edad como Carolina, que habían cruzado solos la frontera sur y que ahora pasaban las últimas horas del día inclinados sobre máquinas peligrosas, en violación de las leyes de trabajo infantil. En plantas cercanas, otros niños atendían hornos gigantes que fabrican barritas de cereales Chewy y Nature Valley y empaquetaban bolsas de Lucky Charms y Cheetos. Todos trabajaban para Hearthside Food Solutions, una empresa gigantesca que envía estos productos a todo el país.
Esta fuerza de trabajo clandestina se extiende por sectores de todos los estados, burlando las leyes de trabajo infantil que están vigentes desde hace casi un siglo. Tejadores de 12 años en Florida y Tennessee. Menores de edad que laboran en mataderos de Delaware, Mississippi y Carolina del Norte. Niños que aserran tablones de madera en turnos nocturnos en Dakota del Sur.
Procedentes en su mayoría de Centroamérica, los niños se han visto obligados a desempeñarse en esos oficios debido a la desesperación económica agravada por la pandemia. Esta mano de obra ha crecido lentamente durante casi una década, pero se disparó desde 2021, al tiempo que los sistemas implementados para la protección de menores han comenzado a fallar.
En una ciudad tras otra, los niños friegan platos hasta altas horas de la noche. Manejan ordeñadoras en Vermont y reparten comidas en Nueva York. Cosechan café y construyen muros de piedra volcánica alrededor de residencias vacacionales en Hawái. Niñas de 13 años lavan sábanas en hoteles de Virginia.
Según el análisis del New York Times, el trabajo de los niños migrantes beneficia tanto a las empresas locales como a las multinacionales.
El Departamento de Trabajo investiga la explotación laboral de niños migrantes en empacadoras de carne en Nebraska, Minnesota y Missouri, y que algunos menores habían resultado heridos en las peligrosas tareas de limpieza.
En Los Ángeles, niños zurcen las etiquetas de “Made in America” en las camisas de J. Crew. Hornean los panecillos de Walmart y Target, procesan la leche que se usa en los helados de Ben & Jerry’s y ayudan a deshuesar el pollo que se vende en Whole Foods. Este otoño, alumnos de secundaria fabricaban calcetines de Fruit of the Loom en Alabama. En Míchigan, menores fabrican piezas de automóviles para Ford y General Motors.
El padrastro de una niña que trabajó a los 13 años limpiando en una planta empacadora de carne de la empresa Packers Sanitation Services —PSSI— en Nebraska fue enviado a la cárcel por llevar a la menor en coche al trabajo en las noches, según una investigación de The Washington Post. La madre de la menor también enfrenta tiempo en la cárcel por conseguir documentos falsos para que la contrataran.