Un Día Más (segunda parte)

Coatzacoalcos | 2021-09-11 | Gabriel Athié

Al despertar te encuentras en un lugar extraño, nunca habías estado en ese sitio. En la parte superior de tu mano derecha tienes una aguja conectada, por medio de un tubo de plástico delgado, a una bolsa transparente que cada cierto tiempo gotea. Estás semi acostado, tienes una bata y tu mamá está dormida a un lado tuyo tomándote de tu mano derecha. Tu hermana está dormida en un sofá y tu papá se encuentra de pie frente a ti. Se encuentran sus miradas y él te sonríe. Sale de la habitación. Tu mamá despierta y con ambas manos toma la tuya. Al poco tiempo tu papá regresa con una mujer, no es médico, eso lo percibes de inmediato.

- Hola, ¿cómo te sientes?

Te pregunta la mujer. Tu papá le pasa una silla, ella toma asiento y abre un cuaderno que lleva en las manos, escribe algo. Tu mamá se endereza y tu papá se coloca a un lado de tu hermana. Ella, tu hermana aún soñolienta se recarga sobre él.

- … ¿te parece si comenzamos contándome sobre ti?

Los recuerdos comienzan a llegar a ti. Sonríes superficialmente.

- Estoy bien – le respondes

- Entiendo. – cierra el cuaderno, se pone de pie y te da una tarjeta - ¿Qué te parece si la guardas y platicamos en otro momento?

“Psicoanalista Casandra Jiménez”

- Gracias, la guardaré

Te guiña un ojo y se retira, tus papás van detrás de ella.

- Doctora, él necesita ayuda. No es la primera crisis emocional que le da; cada vez son peores

- Comprendo, pero este no es el lugar adecuado. Así no funcionan las cosas.

Desde la cama escuchas su plática en susurros, tu papá voltea a verte y sus miradas se encuentran. Te sonríe y cierra la puerta. Pones la tarjeta de la doctora en la mesita que tienes a un lado y procedes a buscarla a ella, tu compañera blanca. Pasas tu mirada por todo el cuarto. Paredes blancas, una ventana que da a la calle, un sofá donde tu hermana está acostada y las sillas que antes estaban ocupadas por tu mamá y la psicoanalista. No hay rastro de ella. Suspiras aliviado, recuestas tu cabeza y te quedas dormido.

El trayecto del hospital a tu casa se te hace muy corto, por lo general eso sucede cuando no quieres llegar a tu destino, además de que transcurre en un silencio palpable, pesado, como si sólo tuvieras que cerrar tu mano para poder agarrar un pedazo de él. Tu papá conduce con la mirada fija en la calle, no parpadea y tu mamá, por otro lado, tiene la vista fija en la banqueta que pasa a su lado, sin embargo, sus ojos no están mirando.

Estás de pie frente a la puerta de tu cuarto, tratas de controlar tu respiración, fallas. Sientes que con cada inhalación que haces tus pulmones se congelan lentamente. Giras la perilla de la puerta y abres. El cuarto está oscuro en su totalidad, eso no es ningún obstáculo, tú puedes sentirla, está ahí, la percibes con cada célula de tu cuerpo. Sientes la cabeza pesada, las manos te tiemblan y las piernas te flaquean.

Enciendes la luz; el foco pequeño que apenas si alumbra truena, pero no se apaga y la ves, está sentada sobre tu cama, volteada hacia ti, esperando a tu llegada y en ella se dibuja una sonrisa socarrona, petulante y funesta.

- Al fin llegaste, te extrañé – Te dice en tono burlón y exagerado - ¿Tú me extrañaste?

Ríe.

Como si modelara se pone de pie y camina hacia ti. Tú tienes la mirada perdida, tu cuerpo no responde, eres un bulto de pie. No tienes fuerzas y te sientes derrotado, en caída constante hacia la nada. Se coloca frente a ti y con un movimiento preciso te toma del cuello con su mano derecha, te levanta en el aire y te azota contra la pared. El golpe te saca el aliento, tus ojos se abren tanto como es posible sin que se salgan de sus cuencas, tus fosas nasales se bloquean y tu boca trata de meter oxígeno desesperadamente a tus pulmones. Por instinto, con tus manos agarras su muñeca, pero no sirve de nada, ella es mucho más fuerte que tú.

- ¿Creíste que ya te habías desecho de mí? 

Ella comienza a crecer hasta que sus ojos llegan a la altura de los tuyos. Pega su boca a tu oreja, saca la lengua y la introduce en tu conducto auditivo. Tus ojos se llenan de lágrimas ácidas, te arden. Retira su lengua y se lame los labios, los saborea.

- Sh sh sh tranquilo – te dice en susurros – si tú y yo somos un equipo ¿eh?

Ríe burlonamente

- Eres una escoria insignificante. ¿No te has dado cuenta? La chica con la que salías te terminó… y ni siquiera andaban; no tienes amigos y eres una carga para tu familia; un estorbo. Para que te des una idea más clara, ¿te acuerdas de Gregorio?

Desvías la mirada y te quedas en silencio

- ¿No dirás nada?

Sientes como su mano, con la que te tiene agarrado del cuello, se cierra aún más. Te dan arcadas, no puedes respirar, tu rostro cambia de color, las venas de tu cuello y frente se hinchan y sobresalen. Te mueves frenéticamente, tus manos tratan desesperadamente de soltar su agarre mientras, al mismo tiempo, lanzas patadas hacia ella, sin embargo, no le haces daño, tus golpes simplemente la atraviesan. Como si estuvieras pateando a la nada.

- ¡Vamos, si te acuerdas! ¡Gregorio! El personaje principal de La Metamorfosis escrito por Franz Kafka.

Un sonido indescriptible y gutural sale de tu boca.

- ¡Sabía que sí te acordabas! Bueno, pues él, aún convertido en insecto es más útil y de importancia que tú. Le serías un estorbo.

Pierdes fuerza y tus brazos caen a los costados. Su mano se afloja ligeramente permitiendo que un exiguo oxígeno entre a tus pulmones lo suficiente para mantenerte consiente.

- No te mataré. Sería suicidio.

Con su brazo libre toma tu mano derecha y la lleva a la altura de tu rostro.

- Mira…

La ignoras

- ¡VOLTEA!

Haces caso y ves que en la palma de tu mano hay un punto blanco

- Tú y yo somos uno

Te suelta y caes al suelo. Cierras los ojos y te haces un ovillo.

Desde ese reencuentro con ella las semanas transcurren en automático para ti, ya no sientes el tiempo pasar, eres un bulto que respira, come y duerme. El punto blanco que apareció en la palma de tu mano se extendió y te ha cubierto por completo. Tu cuerpo ya no te pertenece, tú estás en alguna parte de tu pecho, dentro de una caja diminuta, hecho bolita, sin poder estirarte si quiera. Únicamente puedes observar y oír lo que ella ve y escucha, pero nada más.

Una noche, mientras ella está durmiendo tomas control de tu cuerpo, al principio te cuesta hacer que te obedezca, sin embargo, lo logras; sin abrir los ojos para que ella no se despierte haces que se levante de la cama (tienes suerte de conocer tan perfectamente tu casa al grado de poderte mover en ella con los ojos cerrados) caminas de puntillas, tomas las llaves que están colgadas a un lado de la puerta de entrada y diriges el cuerpo, lenta… muy lentamente, a la azotea. Caminas hasta la orilla y te subes a la cornisa, una pierna a la vez.

Tuc… tuc…tuc

Sientes cada latido de tu corazón, la sangre bombeando por tus venas y justo en ese momento te llegan todos los recuerdos de tu familia: la vez en que tu mamá, tu hermana y tú llenaron globos y cubetas con agua para mojar a tu papá mientras el lavaba el patio; cuando estaban viendo una película en la sala y se suelta a llover - ¡La ropa! – dice tu mamá mientras le avienta el trasto de palomitas a tu hermana, la cual está distraída y le caen todas encima. Los cuatro salen corriendo a meter la ropa que está colgada en el patio y tu perro, Rocky, al verlos salir corriendo de la casa los imita y el también comienza a bajar la ropa - ¡ROCKY NO! ¡Sale corriendo con un brasier de tu mamá en el hocico! ¡Todos tras de él, correteándolo y mojándose! - Lágrimas se derraman de tus ojos y recorren hasta tu barbilla para después caer al pavimento. Piensas en dar ese paso y terminar con todo, en parte lo logras, tu pierna derecha se estira y tu pie queda en el aire.

Tuc, tuc… tuc, tuc…

Tu ritmo se acelera; es momento de dar el siguiente y último paso… no funciona, lo intentas de nuevo, pero no sucede nada, tu cuerpo ya no te responde. Una sonrisa socarrona se dibuja en su rostro

- ¿En serio creíste que te ibas a deshacer de mí tan fácilmente?

Abres los ojos

- ¡Estoy harta de tus intentos mediocres para deshacerte de mí! Creo que es hora de darte una lección.

Tu cuerpo regresa rápidamente al interior de tu casa sin que puedas hacer algo para impedirlo. Llega a la cocina y toma un cuchillo pequeño; regresa al cuarto, se sienta en el suelo con las piernas encogidas y abiertas, recarga tu espalda a la pared y coloca el brazo izquierdo sobre tu rodilla con la palma viendo hacia el techo; la sierra del cuchillo está sobre tu muñeca. Volteas la cabeza para no mirar, sin embargo, ella te obliga a hacerlo, no te puedes resistir.

- ¡Vas a aprender que conmigo no se juega!

Tu brazo derecho comienza a moverse hacia adelante y atrás… gotas muy liquidas, de color rojo pálido y opaco, caen al suelo.

Un costado de tu cabeza toca el suelo de la diminuta caja en la que estás encerrado, recorres tus brazos, acariciándolos delicadamente, sintiendo las marcas que te quedaron en todas las ocasiones en las que ella te dio una lección. Sientes que el cuerpo se mueve, pero ya no te interesa saber qué es lo que está haciendo o viendo. Tu mirada está perdida, viendo sin observar, en algún punto de la pared blanca.

- Hola

Reconoces esa voz, levantas la cabeza, deseas saber de quién se trata.

- Hola - Escuchas que le responden con tu voz.

- Necesito que me veas - Dice la voz familiar.

Reúnes las fuerzas que te quedan e intentas mirar, pero ella no te deja. Sólo ves que una masa negra está sentada en tu cama frente a tu cuerpo y te está mirando.

- Te estoy viendo jaja – dice tu voz

- Hijo. Yo creo en ti

Te quedas inmóvil, se te corta la respiración, estás en shock.

- Y yo en ti, jaja, gracias por venir – le dice tu voz

Tu mamá sonríe decididamente, se levanta y sin voltear atrás sale de tu cuarto. La masa blanca que controla tu cuerpo revira los ojos y vuelve a tomar la tableta, se rasca la palma de la mano derecha y reproduce un vídeo.

Crash, crash – se rasca con mayor intensidad

El picor en la palma va en aumento, tira la tableta a la cama y se mira la mano, un punto color carne aparece al centro de ella. Cierra el puño con fuerza. Afloja el cuello y los hombros.

- ¡Hora del décimo quinto asalto! - La sonrisa socarrona aparece en su rostro.

Percibes miedo en su voz.

Etiquetas:
.
.