Red privada

Veracruz | 2021-07-23 | Armando Guerra

Puntual, riguroso, brillante, incómodo, molesto. Manuel Buendía no fue ni es encasillable. Nacido para el periodismo, Manuel Buendía (Tellezgirón por parte de madre) vino al mundo en 1926 en Zitácuaro, Michoacán; si a la fecha viviera tendría 95 años cumplidos.

La tarde del 30 de mayo de 1984, un día de eclipse total de sol que acapararía las ocho columnas de los diarios del día siguiente, cinco balazos, dos a traición, acabaron con su vida.

La leyenda fue alumbrada por la violencia, esa mala partera de la historia y quedaban en Red privada, la columna que desde 1958 había publicado en La Prensa, muestras varias de su pedagogía periodística: La CIA y su golpismo vulgar y su penosa omisión en donde fuera necesario; los Tecos el grupo de ultraderecha de la Universidad Autónoma de Guadalajara, el tráfico de armas a Centroamérica, la inoperancia gubernamental; los excesos y el caudillaje sangriento de vernáculos gobernadores como el guerrerense Rubén Figueroa, El Viejo, que hacen parecer a personajes como Félix Salgado Macedonio, niños de teta.

Buendía retrató con prosa exenta de gambetas pirotécnicas pero plena de elegancia, las tropelías que por decenas surcaban –y siguen surcando— el territorio nacional desde los años sesenta y hasta la fecha.

De lo anterior, de esa historia de buen ejercicio periodístico, está hecho el documental “Red privada, ¿quién mató a Manuel Buendía”, muestra cabal de que es posible todavía, remover los rescoldos de un hecho ya de larga data, cuyos elementos más notorios, públicos y conocidos, son patrimonio de quienes hoy doblan ya la curva de los sesenta años; hechos que precisan ser conocidos, analizados y diseccionados por los nuevos periodistas, como aspirantes a legatarios del trabajo de Buendía y en general por la sociedad misma. Narrado por Daniel Giménez Cacho y dirigido por Manuel Alcalá, el largometraje albergado por la plataforma Netflix no enjuicia, esa es una virtud. Quizás la mayor virtud sea que “Red privada, ¿quién mató a Manuel Buendía?”, puede motivar nuevas líneas de investigación periodística sobre una época oscura y compleja donde los intereses norteamericanos parecían no tener más límite que los de su sediciosa moral.

Si no ha visto “Red privada, ¿quién mató a Manuel Buendía?”, de una vuelta por Netflix, suscríbase al servicio de streaming y pase un momento útil frente a la pantalla; de ese modo podrá saber que “Buendía había llegado a ser (desde antes de su asesinato) un símbolo indiscutido de éxito y plenitud profesional, como si se lograran en él naturalmente las aspiraciones íntimas, generalmente frustradas, de la prensa nacional: respetabilidad e influencia, credibilidad y lectores”. El párrafo anterior, escrito por Héctor Aguilar Camín en julio de 1984, retrata bien a Buendía y a la prensa de una época –y a veces también de ésta— que sin embargo, cambió.  

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