Veracruz | 2025-04-22
Durante años, ha existido un secreto a voces que ahora se viraliza como si fuera novedad: muchas de las marcas de lujo como Gucci, Fendi o Hermès, así como marcas más accesibles como Nike o Adidas, manufacturan sus productos en China. Lo que resulta curioso no es el dato en sí —porque se sabe desde hace décadas—, sino el asombro con el que ahora se redescubre. ¿Es ignorancia colectiva o estrategia de propaganda?
Detrás de esta nueva oleada de titulares parece asomarse una narrativa más profunda: el desprestigio comercial. En medio de una intensa guerra económica entre Estados Unidos y China, la información sobre el origen de los productos toma un papel protagónico, y no precisamente para iluminar al consumidor, sino para sembrar dudas sobre la autenticidad, la calidad y el valor de marcas consolidadas globalmente.
Sin embargo, poco se habla del impacto que estas disputas tienen sobre los millones de trabajadores que forman parte de estas cadenas de producción, y aún menos sobre las consecuencias para el bolsillo del consumidor. El enfoque está en la geopolítica, no en la economía doméstica.
Y mientras en la superficie debatimos si una prenda de lujo pierde valor por llevar etiqueta china, lo que realmente golpea al consumidor es algo mucho más palpable: la calidad de los productos chinos que invaden el mercado. No se trata solo de bolsos o tenis, sino de artículos que deberían durar y no lo hacen. ¿Qué sentido tiene pagar menos por un desarmador que se rompe al primer uso? ¿O por un vehículo que empieza a fallar antes de llegar a los diez mil kilómetros? La anécdota se repite, pero parece que nos hemos resignado a que lo barato salga caro.
La clave está en entender que no todos los productos hechos en China son iguales. Cuando una firma internacional contrata manufactura en el país asiático, impone estándares de calidad, realiza controles, certifica procesos. Pero cuando la producción se libera de esos requisitos, lo que llega al mercado es una avalancha de artículos baratos, sí, pero también desechables. Y si China encuentra un nicho dispuesto a consumir sin cuestionar, ese es un negocio demasiado tentador como para dejarlo pasar.
Curiosamente, la economía china no solo no se ha frenado, sino que ha acelerado su crecimiento. En el primer trimestre de 2025, su PIB creció un 5,4%, superando expectativas incluso bajo el asedio de los aranceles norteamericanos. La receta del éxito incluye innovación, reducción de impuestos, inversión en tecnología y una estrategia de consumo interno que está transformando su mercado. China apuesta a ser más que la fábrica del mundo; quiere ser el centro del consumo global.
Y en esa carrera por dominar el mercado, se ha vuelto experta en ofrecer volumen a bajo precio. Pero en ese camino, también ha inundado el mundo con productos que muchas veces no resisten el uso cotidiano. Esa es la paradoja del consumidor moderno: sabe que lo que compra podría no durar, pero sigue comprando porque cuesta menos. La pregunta es, deberíamos preguntarnos si realmente nos estamos ahorrando algo... o solo estamos pagando dos veces.