Mientras vuelas

Alfonso Villalva P.

Veracruz | 2020-04-12 | Alfonso Villalva P.

Lo que te sucede cuando te expones a la obra, por ejemplo, de Betsabeé Romero, es probablemente la combinación inexplicable de emociones que se generan de manera abstracta al interior del revoltijo que constituyen tus huesos, intestinos, neuronas y espíritu.

Dejar de ser espectador de una obra de arte y ser invitado -más bien arrastrado- a internalizarte en ella y transformarte en un interlocutor de la sensibilidad planteada por la artista sin destinatario definido, hasta que tú te presentas frente a ella y se personaliza el mensaje en función de tu edad, tu nivel de instrucción, tu capacidad de observar, tu grado de sensibilidad, tus miedos, tus fobias, tus alegrías, tus amores, pero también tus cicatrices, tu ignorancia, tu frustración, tu crispación, tus envidias y tu sed de revancha.

El arte contemporáneo cuando se materializa de esa forma magistral, te recuerda lo que quizá has oído siempre, pero pocas veces experimentado: la manera de sublimarte como ser, de aproximarte a tu propósito último o más elevado, es vincularte con el arte -la plástica, la música, las letras, el escenario, en fin, esa facultad del ser humano de re interpretar la vida en dimensiones acaso más audaces, más significativas.

Una vez que estás atrapado por una obra de arte, una vez que has roto la barrera de la vulgar cotidianidad, recuperas una lucidez quizá insospechada en ti, quizá nunca estrenada, o quizá rutinariamente presente en la lucha feroz con el desdibujado cuadro de vivir o sobrevivir a diario.

Uno de los efectos que tiene el arte sobre ti, es ampliar los extremos de comprensión de lo que pasa en tu mundo al que ahora te asomas a través de la diminuta pantalla de tu celular, de la programación por demanda en la internet.

Se cruzan de nuevo los cables que conducen los impulsos eléctricos de tus neuronas y te reconoces en plenitud con todo eso bueno que tienes, con todo lo positivo que hay en tu familia, en tu barrio. Te relames los bigotes recordando tus sueños y las ocasiones en que tu existencia te ha permitido ser un poco héroe, un poco samaritano, un poco ganador.

Quizá el arte te revoluciona las ideas y reconoces por qué los gobiernos, las organizaciones políticas o sindicales se empeñan frecuentemente en obstaculizar la proliferación del arte en las concentraciones humanas, en los programas educativos, en las calles... ¿Por qué es tan difícil dedicar tu vida a ser artista?

Ya bien revolucionado y plenamente enganchado de esa hiper realidad a la que te ha llevado una obra de arte, sientes la tragedia y la esperanza con melancolía muy dentro de ti, y piensas en los niños que son explotados, en quien pierde a su familia en un ataque terrorista, en las agonías del cáncer, en las mujeres que son violentadas y convertidas en objeto por doquier.

Te reconoces en paz por lo que eres, ya expuesto irremediablemente a la propuesta estética, pero inquieto por el mensaje subversivo que entraña la protesta social, la denuncia humana, la advertencia de la decadencia en una instalación, un cuadro, una fotografía.

Es muy probable que la experiencia artística sea una deuda monumental que tenemos con nosotros mismos. Sí. Acreedores y deudores en la misma persona. Es quizá esa pieza clave que alguien ha robado de nuestra batería cromosómica social y que es menester exigir su restitución, para vivir más plenos, para regodearnos en la aventura de vivir con propósito, para abatir el odio y la crispación que tan rentable es para los políticos y quienes pretenden seguir manipulando los destinos de millones de personas que parecen haber olvidado eso que nos da el arte, a cambio de una vida de rencores, descalificación y muerte. Una deuda que es antídoto a la precariedad humana.

Qué valor tiene en tu vida el hecho mismo de la existencia de alguien como Romero, Gabriel Orozco, Jeff Koonz o Andy Warhol. Reflexiona, por ejemplo, mientras vuelas con las alas que ellos te prestan para mirar nuevamente tu existencia desde dentro y desde fuera, con otra gama cromática a la que creías conocer, con otras posibilidades para no sucumbir ante la línea plana de vivir solo para sobrevivir.


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