Veracruz | 2022-11-11
El pasado domingo 30 de octubre, Luiz Inácio Lula da Silva fue elegido por tercera ocasión presidente de la República Federativa de Brasil. Un acontecimiento que ha despertado una serie de emotivas celebraciones, dentro de la comunidad internacional; destacando, a modo de preámbulo para el propósito de este texto, un conjunto de optimistas alocuciones que irremediablemente están vinculadas.
Primero, aquella celebración que marca el resurgimiento de un carismático líder progresista, que por 19 meses permaneció en prisión (acusado de corrupción). Y segundo, pero no de menor importancia, la gala que celebra el ocaso de un líder conservador, de extrema derecha, que profundizó el desencuentro al interior de su país, y al exterior, fragmentó a toda una región Latinoamericana (con Bolsonaro, Brasil, se retiró del UNASUR y la CELAC, y provocó severos diferendos al seno del MERCOSUR).
Brasil, con esta doble celebración, parece haber aprendido ese descalabro, que solo suelen escarmentar aquellos que dan espacio a las utopías extremas. Sin embargo, como parte de un interés inherente a este oficio, en las siguientes líneas atenderemos una realidad estructural; la cual, seguramente, moderará todo optimismo que podamos encontrar en este y en otros sitios de opinión. Lula ganó las elecciones presidenciales, pero aquella derecha (nueva derecha de Brasil) que dio vida al presidente Bolsonaro está muy lejos de haber sido derrotada.
Basta revisar los resultados de un congreso brasileño (senado y cámara baja), así como el de los estados con mayor riqueza (tanto productiva como en capital humano), que a partir del 2023 estarán bajo la guía de esa nueva derecha que, con el arribo de Jair Bolsonaro, ascendió al poder hace 4 años.
El ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil en el año 2018, no es producto de una manifestación espontánea donde la sociedad brasileña respondió, con su voto, a una prometedora reivindicación moral conservadora. Su encumbramiento, responde al activismo de un movimiento identificado como la “nueva derecha de Brasil”, cuyo primer antecedente se remonta al año de 1964, con la aparición de un grupo de empresarios y activistas (adheridos al movimiento liberal) que facilitó el arribo de la dictadura militar que gobernó a Brasil por veinte años.
Una poderosa élite conservadora católica; empresarios anti-comunistas; así como los miembros de una naciente corriente intelectual neoliberal -miembros de la sociedad Mont Pelerin (asociación cuna del proyecto neoliberal fundada en 1947)-, fueron los encargados de construir, en la segunda mitad del siglo XX, una vigorosa estructura conservadora de libre mercado. La cual, a lo largo de más de cincuenta años, continuaría generando nuevos y cada vez más radicales afiliados.
La nueva derecha de Brasil (que en el presente arropa al proyecto de Bolsonaro), está apoyada en una estructura ideológica -conservadora- que es parte constitutiva de la sociedad brasileña contemporánea. Una estructura ideológica que al ver declinar su importancia intelectual (a principios de este siglo), se fijó como meta, construir un discurso libertario pro-mercado orientado a recortar orgánicamente al Estado brasileño: un Estado dilapilador, corrupto, ineficiente y gradualmente progresista (de acuerdo a esta nueva derecha); que, con el escándalo de corrupción de Luiz Inácio Lula da Silva (en el año 2005), logró (dicho Estado) revelar finalmente su perversidad.
Con una manipulación simplista, y muchas veces distorsionada, de la doctrina económica de la escuela Austriaca, un importante sector de la nueva derecha de Brasil (existen excepciones) se esmeró en hacer creer, a sus adherentes, que el Estado (por naturaleza) obstruye el bienestar privado, inhibe el ingenio y rechaza el desarrollo individual.
Un semillero de ideas, que encontró en las redes sociales como Orkut (en la primera década de este siglo) y posteriormente en Facebook, el mecanismo por excelencia para exacerbar esa polaridad social, en la que hoy se encuentran los brasileños. Por una parte, un amplio sector que apoya a las políticas progresistas y regionalistas del Partido de los Trabajadores (partido de Lula) y, por el lado opuesto, todo aquel miembro de la sociedad, cuya voz no se ve representada por el progresismo (de Lula) ni por las fuerzas tradicionales (a las que consideran carentes de ideas).
Muchos adherentes de estos foros de análisis y opinión son los que pasarían a engrosar las filas de esa amplia rama de extrema derecha que, constituida por un variado grupo de conservadores-tradicionalistas, apoyaron incondicionalmente a Bolsonaro (y continuarán haciéndolo).
El triunfo de Bolsonaro, en el año 2018, no debe de ser visto, exclusivamente, como el éxito individual de un capitán (de las fuerzas armadas brasileñas) que logró atraer al radicalismo más recalcitrante de Brasil. Bolsonaro ganó (la elección presidencial, hace cuatro años), gracias a un movimiento de derecha -en su conjunto- que supo capitalizar, para su causa, los reclamos de una sociedad desencantada con su autoridad estatal.
Bolsonaro fue el salvoconducto de una nueva derecha de Brasil que buscaba, y lo logró, alcanzar una sólida representación colectiva. Una representación que para el 2023 -nos debe quedar claro- bien podría prescindir de esta polémica figura o buscar nuevamente encumbrarla. Esto es, optar por la moderación o retomar el radicalismo.
Por lo anterior, y estando a cuatro años de aquel trascendental acontecimiento para la derecha, el pasado 30 de octubre Bolsonaro perdió la elección; pero, en ningún momento, lo hizo la nueva derecha de Brasil.
Con una mayoría de 14 escaños en el senado, 99 diputados en la cámara baja y el control de los estados más importantes de Brasil (generadores de más de la mitad del PIB brasileño), la nueva derecha parece continuar pujante. Un hecho que cobra mayor relevancia si consideramos que el triunfo de Lula, se dio por un margen mínimo de 50.9% contra 49.1% de las preferencias; y para lograrlo, recurrió a una coalición de diez partidos políticos, de muy diferentes ideologías (incluido el centro-derecha).
El ejercicio electoral de Brasil-2022, nos ha dejado una importante lección; tanto para Brasil, Estados Unidos, México y, si se desea aprender, para el mundo entero.
Los riesgos inherentes al radicalismo político contemporáneo, no son privativos de una determinada corriente ideológica. El peligro yace: en el advenimiento de una base intelectual que, manipulando rigurosos fundamentos teóricos, ha logrado arropar a conservadores, tradicionalistas, extremistas, anarquistas, así como a todo aquel desesperado por encontrar soluciones rápidas.
Haciendo alusión a ese continuo fallo intelectual del cual nos advierte el catedrático investigador, el Dr. Federico Novelo y Urdanivia; la extrema derecha de Brasil, parece “haber escuchado mal, y estar contando peor” las enseñanzas doctrinarias de una corriente teórica, cuyos fundamentos están muy alejados. De esta falta de pudor intelectual, es de donde emana el alto grado de peligrosidad de cualquier extremismo.
La extrema derecha brasileña ha perdido (momentáneamente) a su más emblemático referente. Sin embargo, queda claro que Brasil continuará teniendo un brazo derecho, muy robusto. Un brazo cuya movilidad le presenta, en el horizonte, un problemático dilema: sanar el mellado orgullo de Bolsonaro (y, el de sus combativos seguidores) o aprovechar para apaciguar el discurso incendiario de una derecha, que podría estar muy cercana a la que hace 58 años llevó a los militares al poder.
Sí, una intervención militar, como a lo largo de esta semana lo han solicitado muchos seguidores de Bolsonaro en las puertas de los más importantes cuarteles de Brasil.
**A modo de reflexión: el brazo moderado de la “nueva derecha de Brasil”, parece ser el artífice del silencio bolsonarista y de la frustrada amenaza, mediática, de asaltar recintos democráticos (al estilo Trump). Veremos si esta facción aprovecha el espacio para hacerse del control, primero del Partido Liberal (que perdió la presidencia), y en lo sucesivo de su corriente ideológica.
José Manuel Melo Moya.
Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ganador de la “Medalla al Mérito Universitario”.
Posee diplomados en análisis económico, inteligencia y estudios prospectivos por la Organización de los Estados Americanos (OEA), Escuela de Inteligencia Antidrogas (Colombia) y la UNAM.