El respeto al derecho ajeno es la paz

Veracruz | 2020-06-13 | Francisco J. Ávila Camberos

Como si no tuviéramos suficientes problemas en el país con la inseguridad, el desempleo, la epidemia y la crisis económica; surgen ahora manifestaciones sumamente violentas en diversas ciudades del país.

Es cierto que en las manifestaciones frecuentemente se exigen con razón cosas justas y quienes las integran están en su derecho de llevarlas a cabo. Incluso están permitidas por la Ley. Son parte de la libertad existente.

Pero no confundamos la gimnasia con la magnesia. Las manifestaciones tienen una condición ineludible para llevarse a cabo: deben ser respetuosas y ordenadas. También pacíficas para no afectar a terceros.

Dicho en otras palabras, no puede con cualquier excusa lanzarse a las calles una turba de vándalos a causar destrozos en la propiedad pública y privada, sin que se les apliquen las sanciones a las que se hagan acreedores.

Estas personas buscan a toda costa que haya víctimas entre los manifestantes, para agregar una justificación mayor a su movimiento. Algunos participantes son sumamente imprudentes porque llevan a éstas hasta niños pequeños, sabiendo el enorme riesgo que corren.

Basta y sobra con que haya algún descalabrado al que la policía tuvo que “tranquilizar” con una macana, para que no siguiera destrozando cosas y el resto de sus cómplices pongan el grito en el cielo y griten que hay represión.

Lo mismo sucede si la policía detiene a algunos de los saqueadores, porque diversos grupos amenazarán con manifestaciones subidas de tono para que las autoridades temerosas y otras convenencieras los liberen inmediatamente, sin que respondan por los destrozos causados.

La falta de sanción resulta ser prácticamente una invitación para que sigan delinquiendo, sabiendo que no les va a pasar nada.

Hay que aclarar que poner orden no es represión. Si no se pone orden oportunamente, esto puede acabar en una tragedia, porque no faltará algún ciudadano enojado por la pasividad gubernamental y ante el riesgo de perder su patrimonio, ponga en peligro su vida y defienda su propiedad con lo que tenga a la mano.

Los manifestantes en cambio, sintiéndose “luchadores sociales”, creen que pueden agredir impunemente a la policía, a la cual a veces materialmente “agarran de piñata”. Pretenden también hacernos creer que no son delitos el saquear comercios, destrozar vidrieras y robarse impunemente la mercancía de las tiendas que encuentran a su paso; o bien destruir puertas de las iglesias y en un acto de verdadera provocación para los creyentes, entrar a éstas a destruir imágenes religiosas.

¡Cuidado! No le muevan demasiado a este tema. Dicen quienes estudian los fenómenos sociales que los seres humanos son capaces de dar la vida por su tierra y por su fe.

Los encapuchados y encapuchadas, que también las hay, gritan a los cuatro vientos que protestan contra la violencia. No se puede pedir el cese de la violencia siendo violentos. Ni Mahatma Gandhi, ni Martin Luther King, ni Nelson Mandela habrían tenido logros tan grandes si hubiesen sido violentos.

Por otro lado, resulta preocupante observar como en esas manifestaciones acuden mujeres jóvenes sumamente agresivas que con el rostro encubierto y empleando martillos y palos rompen aparadores.

Dicen que el futuro de una nación depende en gran medida de su juventud. Pobre México si esta clase de personas, que traen un gran resentimiento social y son fácilmente manipulables por sus líderes, llegan algún día a gobernarnos. Lo que le espera al país.

Tan estamos en el mundo al revés que en la CDMX hubo una mujer encapuchada que llevaba un garrote para agredir a quien se le pusiera enfrente. Los policías la persiguieron, derribaron y golpearon estando en el piso. Al detenerla se dieron cuenta de que era menor de edad. ¿Y los papás de esta chamaquita, bien gracias?. ¿A quién se le ocurre dejar ir a un mitote a una muchachita de 16 años?

Cuando a la policía los encapuchados les están tirando piedras y bombas molotov, resulta muy difícil que sepan quién es adulto y quién adolescente. Si no se cuidan ni se defienden al enfrentar a una muchedumbre armada con palos, piedras y hasta bombas; pueden resultar severamente lesionados, como pasó en Guadalajara cuando un manifestante le arrojó combustible en el cuello a un policía y después le prendió fuego.

Extrañamente, algunos medios le dieron más relevancia a la muchachita tirada en el piso, que a los ciudadanos pacíficos que resultaron con enormes pérdidas, porque la turba les robó su mercancía y destruyó sus locales. Ahora, los policías están detenidos. Así, nadie va a querer ser policía.

Los políticos prefieren nadar de muertito para no afectar su carrera política. Ante estos conflictos no quieren ni despeinarse. Hacen como que no los ven ni los oyen. Permiten que las turbas hagan toda clase de desmanes. Hay que decirles que eso no es gobernar.

Cuando un político asume un cargo público, protesta guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen. No aplicar la Ley y dejar a la ciudadanía a merced de los violentos, no es gobernar, ni mucho menos cumplir con el deber legal.

Los vacíos existentes que deja la ausencia de la autoridad son llenados por grupos de alborotadores, muy bien organizados y sincronizados, que no salen de la nada. Alguien los convoca, alguien los escoge, alguien les dice lo que hay que hacer, alguien los entrena, alguien los protege, alguien los azuza y sobre todo, alguien les paga.

En aras de la paz y de la tranquilidad de los ciudadanos pacíficos, sería muy bueno que las autoridades averiguaran quién o quienes están moviendo los hilos en estos conflictos o de quién es la mano que mece la cuna y avienta a estos jóvenes desadaptados a hacer desmanes.

El país ya no quiere más violencia.

No les parece a Ustedes?

Muchas gracias y feliz fin de semana.

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