Veracruz | 2021-01-23 | Alfonso Villalva P.
Lo sé, lo comprendo. En este maremágnum de datos, de información, de versiones, de amenazas, de pérdidas, de lamentables fallecimientos; parece que no hay espacio para pensar en otra cosa que no sea la emergencia Covid, el aislamiento, los hospitales saturados, la ausencia de camas, la ausencia total de suministros médicos como el oxígeno, los concentradores, lo sé, lo comprendo.
Pero en otras partes del mundo y probablemente en la que tú te encuentras, también, se sigue gestando esta realidad, esta forma en la que nos tocó vivir a ti y a mí ahora, en un mundo que parece que no tiene sentido, que se convulsiona sin control, donde intempestivamente, la violencia se desata de un ser humano hacia otros que ni siquiera conoce, ni siquiera sabe su nombre, ni en que creen, que les gusta, que sienten, que poseen, a que aspiran
Seres humanos que probablemente llegan a un límite construido desde su infancia, que debe haber tenido episodios horrorosos, muy probablemente, que debe haber tenido carencias terribles, violaciones, abusos, que debe haber maltratado el alma de tal manera que probablemente fue aniquilada, y entonces ahora, esos seres humanos devastados deambulan por la vida como cadáveres vivientes, como fantasmas, sin ton ni son, a la deriva, totalmente desprotegidos, con un rencor hacia todo por el dolor que recibieron, con una mutilación de sus terminales nerviosas y con una falta de interés total por desarrollar algo, por creer en algo, por buscar algo; ellos se sienten derrotados, ellos sienten probablemente que son víctimas, ellos creen, y probablemente están en lo correcto, que la vida ha sido injusta, ha sido brutal, ha sido sanguinaria con ellos.
Y así van creciendo y muy probablemente, ellos engrosan las filas de todas estas personas que de pronto, a muy corta edad, toman un revólver, toman una escopeta, se ponen un chaleco lleno de explosivos y deciden cargar con la vida de otros, inclusive sacrificando su propia vida, la cual ya no tiene sentido, probablemente nunca lo tuvo.
Quizá esos fantasmas, esos cadáveres vivientes que hoy tenemos pululando por el mundo son tomados, adiestrados, manipulados y utilizados por otros intereses, por gente que no tuvo necesariamente esa injusticia en su infancia, probablemente con gente que no lo hace por una revancha contra el mundo y contra la sociedad, sino por intereses de poder, políticos, económicos; por revanchas y venganzas personales, doctrinarias, fundamentalistas, de confesiones de fe o, simple y sencillamente, por establecer un nuevo status quo donde tengan beneficios, prerrogativas y seguramente hasta placeres inconfesables.
Se vuelven carne de cañón -la proverbial carne de cañón-, pero deben haber tenido, esos cadáveres vivientes, tal violencia en su contra, tantas cuentas por cobrar, que pueden llegar a situaciones como las que acabamos de atestiguar en el Líbano, donde una persona se carga su cuerpo de bombas y llama a los demás, con una sangre fría terrible, escalofriante. Los llama pidiéndoles ayuda, de tal manera que la gente en la calle se aglutina para ver como socorre a un individuo que aparentemente requiere su ayuda humanitaria y una vez que los tiene a todos a su alrededor, activa el artefacto explosivo y los mata a todos, a sangre fría, con una deliberada intención de dañar, de desgraciar no solamente la vida de los que mueren sino de todos los que están a su alrededor, de generar un trauma inconfesable, de generar un flagelo que pocas veces se puede pensar en superar.
Es una cadena que parece interminable, una cadena de actos que van generando más violencia, y así pasa, por ejemplo, en México, donde los niños desde muy chicos atestiguan que llegan sicarios y asesinan a su padre, decapitan a su madre, estrangulan, cuelgan de un puente a su tío, a su hermano... Y así pasa en Centroamérica con las víctimas de las pandillas que arrasan con la comunidad entera, violando, violentando, esclavizando.
Imagine usted el infierno ante los ojos de un pequeño niño cuyo mundo termina allí, perdiendo a padres de la manera más brutal y sanguinaria, que se vuelva su vida a partir de ese momento una pesadilla, que ellos no tengan a donde pertenecer, no tengan un hogar, no tengan donde sentirse protegidos, no tengan un abuelo, una abuela que los abrace porque a todos los mataron.
Probablemente ese es el mundo que hemos estado construyendo y si nos distraemos un poco del Covid, que ya de por si es una gran tragedia que nos ha trastocado la vida y la dinámica social de todo el planeta, habrá que volver a pensar que estos hechos y estos daños y estos fantasmas y cadáveres vivientes que andan por la vida y que tienen 14, 15, 18, 21 añitos, siguen buscando cómo cobrarle la revancha a la vida por tanto daño que recibieron sin siquiera ellos haberlo provocado.
Qué toma en tu vida para, con esa sangre fría, convocar y asesinar a los que fueron a ayudarte, activar un explosivo de manera artera, para dañar y desgraciar la vida de cientos de personas, a sabiendas que tú vas a morir, pero como una revancha póstuma que te deja algún tipo de satisfacción retorcida. ¿Qué estamos haciendo con la humanidad?
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