La democracia sirve para asegurarnos que los malos gobiernos se irán de manera pacífica. Esa es su labor central.
En México, tuvimos —me incluyo y autoflagelo— una ilusión: la democracia traería grandes resultados. Pero para eso no sirve la democracia. Puede haber escrutinio, sanciones, límites. Pero no puede garantizar buenos gobiernos.
Por eso la decisión ciudadana de votar implica una alta responsabilidad. La elección del 2018 fue de castigo. Ganó el enojo. La gente quería sacar al PRI, y lo hizo.
El problema es que, en política, no importa tanto a quien sacas, sino a quien metes a gobernar.
Eso lo aprendieron ya millones en México.
La densidad de la oposición contra Morena, equivalente a 2 de cada 3 mexicanos, no deja lugar a dudas: López Obrador se irá. Hay dos noticias. La buena: se irá en tres años. La mala: se irá hasta dentro de tres años.
Pero la pregunta sigue siendo: lo importante no es quien sale. Es quien entra.
Y, diría, para qué.
La comentocracia se divierte buscando nombres en la oposición. Pero el tema no es sólo de hombres, también de programa.
Y aquí es en donde las oposiciones deberían volcar su creatividad. Más allá del liderazgo, que importa; de la organización electoral, que debe fortalecerse, la gran ausencia es la de un proyecto.
¿Qué le ofrecen las oposiciones nuevo, diferente, a millones de mexicanos desempleados, víctimas, enfermos, lastimados?
No hay un proyecto claro. Padecemos la peor de las dictaduras: la de la ausencia de alternativas.
México requiere con urgencia una causa: la justicia.
Justicia en su más amplio sentido: dar alimentación, educación y ley a todas y todos.
A partir de ahí debemos dar a la política un sentido humano. Incluir a las personas en la economía —que hoy es también el conocimiento— y ponerles una apuesta: apostamos por la caridad o apostamos por el empleo.
Por la grandeza o la resignación.
Por ser libres o seguir entregados a la yunta doble del derecho de piso y la limosna gubernamental.
Así es y no hay más.
Siendo esa la causa, hay que encontrar el método. A mi juicio, no puede ser otro que la reconciliación. Estos años han sido de sembrado de odio, resentimiento, rencor. México debe recuperar su hermandad.
Un nuevo proyecto de nación debe ser, ante todo, un gran ejercicio de imaginación. No de invención. Debe provenir de abajo y de afuera.
Las voces de la gente deben ser escuchadas. Calibrar su dolor, pero también poner atención a las soluciones que ofrecen y, por supuesto, a sus anhelos.
Las oposiciones deben evitar la tentación de que un grupo de sabios en la Ciudad de México diseñe un nuevo programa de nación: una receta médica fría, rica en datos, pero sin corazón.
Como su nombre lo indica, urge que la nación se exprese para hallar las alternativas a este desastre nacional.
Sólo incluyendo la voz de los ciudadanos que viven en las diversas regiones tendremos la densidad y, mejor, la conexión emocional con los millones de desencantados.
Hay que hacer un gran ejercicio de escucha: de abajo hacia arriba y de la periferia al centro.
La gente sabe. Entiende. Es inteligente. Volver a caer en la tentación de armar una causa parida por illuminati es regalarle otros seis años a Morena. Y ojo, sin querer ser bacalao, otros seis se convertirán en seis décadas.
Hay mucha creatividad, sensibilidad y conocimiento en los estados, en los barrios, en los ejidos.
Ahí hay un gran tesoro, quizá más rico que el que se encuentra en los cubículos.
Como diría Reyes Heroles: primero el programa. Luego la persona.
@fvazquezrig
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