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2021-08-01 | 07:56 a.m.
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Dinero, salud o amor. El que escojas lo tendrás de por vida, uno de los restantes lo podrás o no obtener, y uno jamás lo conseguirás. ¿Cuál eliges?

Fue hace mucho tiempo, tanto que por momentos pienso que mi mente me juega bromas. Fue cuando tenía 25 años, actualmente tengo… no recuerdo, ahora cada que cumplo años ponen un signo de interrogación en el pastel.

Sucedió en un viaje de estudio e investigación a la biodiversidad del desierto de Chihuahua, éramos más o menos unas 15 personas, 16 conmigo. El desierto tiene, aproximadamente, una extensión entre 520,000 y 630,000 kilómetros cuadrados y es compartido por México y Estados Unidos. Al principio todo iba bien, era mi cuarta excursión desde que salí de la Universidad, sin embargo, todo cambió en la tercera noche. La noche más fría y oscura que he vivido.

- Evaristo, ¿cómo andas?

- Bien, todo bien – Mentí

¡Me estaba congelando vivo! El vaho que sacaba era más consistente que los dolores de reuma que me dan en los huesos. Hiciera lo que hiciera no dejaba de temblar y mis dientes castañeaban sin cesar.

- Ten mi cobija y trata de dormir, mañana será un largo día.

- Sí, gracias

La cobija extra y el situarme más cerca de la fogata ayudó a que mi cuerpo entrara en calor. Es curioso que mientras uno está pasando por alguna situación, buena o no tan agradable, nuestros sentidos se ciegan; no somos capaces de ver más allá de lo que nuestra mente quiere. Esa noche, estaba acostado debajo del cielo estrellado más tupido y perfeto que jamás he vuelto a ver, parecía como si las estrellas tomaran a su pareja y danzaran al compás de José Alfredo Jiménez en su canción Cuando Sale la Luna.  

“Pam, pam, pamrapam, parampam, pam… deja que salga la luuuna, deja que se meta el sol, deja que caiga la noche, pa que empiece, nuestro amor. Deja que las estrellitas me llenen de inspiración, para decirte cositas muy bonitas, corazón…”

¡Ay que canción! Con ella conocí a mi viejita, que Dios y la Virgen la tengan en su santa gloria. Se me adelantó hace… hace algunos años. Tenía muchos achaques, hasta que un día ya no despertó.

- No te vayas a comer todo el pan, luego te hace mal

- No lo haré

- Bueno, descansa viejo

- Descansa

Fue la última conversación que tuvimos.

Esa noche, en el desierto de Chihuahua, ya había conciliado el sueño cuando sucedió lo inesperado.

- ¡DESPIERTEN! ¡DESPIERTEN!

¡Gritos por todas partes! No entendía que estaba sucediendo, todos corriendo de un lado a otro, chocando e insultándose

- ¡Evaristo apúrate!

- ¿Qué? ¿Por qué?

- ¡Viene una tormenta de arena! ¡Recoge tus cosas y cúbrete!

Me levanté como el rayo, agarré mi mochila y guardé las cobijas. El protocolo nos decía que cuando hubiera una tormenta de arena y no encontramos a descubierto, reuniéramos nuestras pertenencias y nos juntáramos en círculo. Sin embargo, vi que a unos pocos metros habían unas enormes rocas, pensé que si me agazapaba detrás de ellas estaría mejor. La tormenta de arena llegó muy rápido, como un tsunami. Olas y olas de arena golpeaban sin miramientos y con una fuerza descomunal; el viento sonaba como el gruñido de una bestia gigante; y la oscuridad cubrió todo el desierto. Me abracé a la roca, sentía que de esa no iba a salir.

Cuando desperté la arena me había enterrado hasta el cuello, el sol se encontraba en el punto más alto y el desierto volvía a ser un asador dorado. Mi mochila no estaba y el paisaje cambió drásticamente, no había ni una señal de mi grupo. Me quedé solo y sin provisiones.

No sé cuántas horas habían pasado, estaba exhausto y mi lengua se quebraba con la menor brisa de aire que entraba en mi boca. Mi ropa estaba completamente seca y mi sudor se evaporaba al instante. Un océano dorado, de arena caliente, y hambriento de una presa, es lo que me rodeaba y yo me encontraba sin comida ni agua. Muchas veces caía arrodillado en la arena, me era imposible continuar, hasta las alucinaciones se habían quedado atrás, llegó un punto donde era muy fácil diferenciar lo real a los juegos de la mente; únicamente tenías que quedarte viéndolas fijamente y si no ves que están sacando vapor, eran falsas.

- ¡AAAAAH!

En mi desesperación comencé a tomar puños de arena y a lanzarlos hacia al cielo, hasta que en uno de ellos la arena se sentía sutilmente húmeda, ¡húmeda! En ese punto ya no me importaba si era una alucinación, la seguiría sin importar que pudiera morir en el intento. Al menos caería con la efímera felicidad que te puede dar una mentira. A gatas y enterrando mis manos en ella seguí el rastro de arena húmeda, con cada metro que avanzaba se hacía más palpable, algo estaba mojando la arena y tenía que encontrar el agua o moriría. A cada paso se recobraban mis fuerzas, supongo era el instinto de supervivencia. Después de metros y más metros un fino camino de agua estaba sobre la superficie, a cada paso se ensanchaba y yo más desesperado caminaba.

El camino de agua me llevó hasta la entrada de una cueva; bien pude no entrar en ella y tomar agua desde donde estaba parado, pero mi curiosidad fue más grande. Ahora sí que como dice el dicho “la curiosidad mató al gato” y en aquel momento este viejo siguió a ese gato. En un principio la cueva no tenía nada de extraordinario, piedra en forma de arco y ya. Sin embargo, mientras más me adentraba a ella, su interior más ancho se hacía, más luz había y el camino de agua crecía. Llegué a una especie de división, la entrada a la parte posterior de la cueva estaba bloqueada por una especie de enredadera natural, tomé aire y entré.

Atónito me quedé, era inconcebible. La luz entraba por un agujero en el techo y caía justo en un manantial que emanaba del suelo, ubicado en el centro de la cueva; alrededor cientos de pájaros volando y trinando, eran de colores jamás vistos; y en la orilla, árboles frutales: limón, papaya, naranja, manzana, mangos… un espectáculo inigualable. Me arrodillé a la orilla del agua cristalina y comencé a beber de ella desesperadamente. Mientras bebía, sin darme cuenta, parte del agua salía del manantial, me percaté de ello cuando era demasiado tarde, el agua que había salido tomó la forma de un humano que al final se volvió tangible, era de color verde aqua, sus facciones del rostro eran andróginas y medía, aproximadamente, dos metros; lo sé porque era más alto que yo.

Al comprender que él había salido del manantial escupí el agua que tenía en la boca.

- Escucha muy bien

Su voz era profunda, como si te estuviera hablando desde el fondo del océano.

– Soy el guardián que vive en estas aguas y por encontrar mi manantial te daré un obsequio. Tendrás tres opciones, de las cuales sólo debes elegir una. La opción que elijas será tuya por el resto de tu vida. Sin embargo, una de las que no elegiste podrás o no, obtenerla en algún momento de tu historia. Y la otra, jamás podrá ser tuya. ¿Entendiste las reglas?

- … Sí

- ¿Qué eliges, dinero, salud o amor?

Una vez terminada la pregunta guardó silencio.

Si escogía el dinero no tendría que preocuparme nunca más por él, podría procurarme de los mejores doctores del mundo para cuidar mi salud y también haría que cualquier mujer estuviera conmigo.

Por otro lado, si escogía salud, significaba estar sano todo el tiempo, prácticamente la inmortalidad. Y al no morir, podría deslindarme de la preocupación de tener dinero y podría conseguir el amor.

Aunque también está el amor, si alguien me ama podríamos sobrevivir de lo que ella gane, siempre ha sido así, sólo que ahora ella tendrá que ser la del dinero y, si me cuido, tendré salud por el resto de mi vida

- No es una respuesta sencilla.

Ni se inmutó ante mi comentario

- Una pregunta

Silencio

- ¿Cuántos ya han elegido?

Silencio

- ¡Vamos! Sólo te pregunté cuántos ya han elegido, no te pedí saber qué escogieron ellos… ¡oye nunca dijiste que no podía hacer preguntas!

- Te contaré tres historias, tu decidirás si son verdaderas o falsas.

Asentí con la cabeza

- El primero escogió dinero. Con él dejó de buscarlo y se dedicó a viajar; en uno de sus viajes conoció a alguien y ella se enamoró de él. A partir de ese momento su salud comenzó a decaer y en pocos días falleció.

- Entiendo…

- El segundo escogió salud. Al saber que tendría salud por el resto de su vida hizo todo para obtener dinero; consiguió tres trabajos de ocho horas cada uno y logró su objetivo. Sin embargo, como siempre estaba trabajando nunca llegó el amor, y tampoco podía dejar sus empleos porque eso significaba perder su dinero.

- No lo había pensado

- El tercero escogió amor. Él tenía una pareja, eran un gran equipo y eran felices. Se apoyaban mutuamente, por lo tanto, la salud estaba presente más no el dinero. Vivian en una casa pequeña que los padres de ella le habían dejado antes de conocerlo a él, sin embargo, no tenían comodidades, ni muebles y tenían que mendigar por el alimento. Ya que, una vez que se juntaron el dinero no le llegaba a ninguno de los dos.

- Pero ¿por qué? Si ella no eligió alguna de las tres opciones.

- En efecto, sólo no se te olvide que cuando tienes pareja se comparten todo, se vuelven uno. Ahora responde, ¿cuál eliges?

Lo pensé mucho, por un largo tiempo. Al final creo que tomé la mejor decisión.

- Ninguno

Me acuerdo de que el genio del agua me miró fijamente, hasta podría jurar que sonrió ligeramente. Asintió con la cabeza, se volvió a hacer agua y regresó al manantial. La pared de roca que había frente a mí se derrumbó creando una salida. Tomé un poco más de agua y salí por ahí, cuando estaba a unos metros de distancia la tierra comenzó a temblar, volteé hacia todos lados y gracias a eso vi como la cueva se hundía en el desierto. Jamás la he vuelto a ver y aunque lo hiciera no cambiaría mi decisión. A veces, cuando llegan mis nietos les cuento esta historia, mí historia y les hago la misma pregunta; ¿Qué prefieres dinero, salud o amor?

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