Veracruz | 2020-03-28 | Catón
Noche de bodas. El desposado habló con su flamante mujercita: “Debo hacerte una confesión, Glafira. Antes de casarme contigo cometí el error de casarme dos veces”. “No te apures -lo tranquilizó ella-. Antes de conocerte yo cometí dos errores sin casarme”.
En el Ensalivadero, paraje solitario, Simplicio, joven sin mucha ciencia de la vida, le anunció a Pirulina, muchacha sabidora: “Voy a darte una cucharadita de amor”.
Le preguntó ella: “¿Qué no traes la pala?”.
Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, tenía una pérgola o kiosco en su patio. Una mañana reprendió a su hija: “Anoche te vi darle un beso a tu novio en
la pérgola”. “¡Oh no, mami! -se azaró la chica-. ¡Solamente lo besé en los labios!”.
Me gustaron las palabras que en su homilía de ayer dedicó el Presidente López Obrador a la familia mexicana.
La solidaridad entre los miembros de un grupo familiar, dijo AMLO, es de mucho valor ante una contingencia como la que ahora atravesamos por causa del coronavirus.
Siempre he dicho, aunque nadie se haya dado cuenta, que hay una gran diferencia entre nosotros los mexicanos y los norteamericanos.
Ellos son muy buenos de las puertas de su casa hacia afuera, y no tan buenos de las puertas de su casa hacia adentro.
Quiero decir que por regla general cumplen la ley, observan los reglamentos de su comunidad y no faltan a sus deberes cívicos. Pero en lo que hace a la vida de familia sus lazos no suelen ser estrechos.
Los hijos y las hijas, por ejemplo, buscan irse de su casa para vivir su propia vida cuando apenas han salido de la adolescencia. Nosotros los mexicanos, al contrario, somos muy malos de las puertas de nuestra casa hacia afuera, y casi siempre muy buenos de la puerta de nuestra casa hacia adentro.
Lo de cumplir las leyes no se nos da muy bien, pero en cambio nuestros vínculos de hogar son fuertes, y generalmente priva en las familias un ámbito de unión y afecto duraderos.
Por eso oí con agrado las palabras de López Obrador, en especial las que dedicó a las hijas, que siempre ven por sus padres, a diferencia de lo que sucede con los hijos varones, que en lo general son más despegados.
Hay una película titulada “Cuando los hijos se van”. Nunca veremos una que se llame “Cuando las hijas se van”. Hace años don Abundio el del Potrero yo formamos juntos una huerta de manzanos. Cuando acabamos de plantar los arbolitos le dije con emoción: “¡Mire nomás, don Abundio! ¡Hasta parecen hijos!”. “No, licenciado -me corrigió aquel sabio viejo-. Más bien parecen hijas. Los árboles, como las hijas, nunca se van”.
Recordé entonces un dístico en inglés: “A son is a son till he gets him a wife, / but a daughter is a daughter all the rest of her life”. Mi esposa y yo tenemos la fortuna de que ni nuestra hija ni nuestros hijos varones nos dejan solos nunca, ni siquiera en estos días en que la pandemia nos aleja aun de los que quisiéramos tener más cerca.
Ante un mal como el que ahora enfrentamos el mayor agobio es el de la soledad. Mantengámonos unidos en familia y en comunidad, como propone el Presidente.
Esto del virus pasará, y los días nuevos nos encontrarán más conscientes del valor de la vida y más solidarios frente a cualquier adversidad. ¡Uta! ¡Qué larga y grave me salió la perorata! Intentaré aligerarla con un chascarrillo final.
“El Clarín de Cuitlatzintli”, periódico jocoserio y de combate, publicó en su primera plana una noticia: Himenia Camafría, madura señorita soltera, había sido acusada de robo de infante. “No me extraña -comentó una de sus amigas-. Siempre quiso tener un hijo”. “Sigue leyendo -le indicó otra-. Se trata de un infante de Marina”. FIN.
MIRADOR
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Mi jardín no sabe que hay coronavirus, y sus flores ignoran que deben guardar entre ellas una sana distancia.
La primavera entró con madre. Y con padre, y con hijos y hermanos, y con toda la parentela. Estallaron al mismo tiempo las rosas y los geranios; las margaritas se apiñan como muchachas en el recreo del colegio; los alcatraces abren sus copas para beberse el día, y el jazmín de Araba espera la caída de la tarde para esparcir su aroma de
Las Mil y una Noches.
Desde aquí estoy mirando la pequeña estatua de San Francisco de Asís. Junto al muro del fondo abre los brazos en un gesto de amor, y en uno de sus brazos un par de pajarillos lo hacen. El jardín y la estatua, entonces, me hablan de la vida. Me dicen que la vida seguirá por encima de todas las epidemias y los virus.
Aunque en nuestro interior haya un invierno de temor y alarma la primavera ha irrumpido, triunfante siempre, siempre vencedora. Procuremos que entre también a nosotros convertida en esperanza. Abramos los brazos hoy, igual que San Panchito. Con ellos abrazaremos pronto a aquéllos a quienes amamos y que nos dan su amor.
¡Hasta mañana!...
MANGANITAS.
Por AFA.
“. El PRI debe ser un verdadero partido de oposición.”.
Tal declaración he oído,
pero le pongo una nota:
después de su gran derrota
el PRI se ve muy partido.